La Implosión: una fantasía concreta

Una de las formas de dominación más refinadas creadas por la dictadura, es haber multiplicado las confusiones, los engaños, las mentiras digamos, sistémicas. Buscan inducir a la población a cometer errores, esconden datos clave que permiten interpretar hechos, quieren paralizar la capacidad de reflexionar y de pensar. Se trata de modos complementarios de impedir que las y los de abajo comprendamos el hoy y hacia dónde nos dirigimos, para poder actuar en consecuencia.

Hemos hablado sobre el papel de la información como forma de inhibir el pensamiento. No me refiero solamente a las fake news, las mentiras difundidas abiertamente en redes sociales, sino a lo que señalan físicos y filósofos de que la mente no piensa con información sino con ideas. Por eso, atosigarnos con informaciones que no pueden ser ordenadas porque no se manejan las ideas capaces de jerarquizarlas, descartarlas o incorporarlas a patrones determinados, es una de las estrategias más sutiles de dominación.

Al perder la capacidad de comprender dónde estamos y quiénes somos, nos convertimos en presas fáciles del sistema que nos oprime. Miles celebran a quienes los oprimen, perdiendo toda capacidad de identificar aquello que los perjudica. En tiempos de las cinco crisis (caos sistémico), de represión y exilios, estas confusiones cuestan vidas y, por supuesto, favorecen a los de arriba, a la dictadura. Sin embargo, el nivel de vida de los nicaragüenses depende más de las remesas que de la producción interna, ya que no existe una clásica dirigencia nacional, sino subsiste una maquinaria estatal y militar/policial lo que debilita la legitimidad del régimen.

Desde hace muchos años el orteguismo no tiene proyecto político de nación, solamente un plan de conservar el poder por cualquier medio; un plan en el que la operación principal consiste en asegurar las posiciones de poder que logre alcanzar. La dictadura actúa como si el tablero no hubiese cambiado. Amenaza a todos, sanciona a sus aliados e impone aranceles a empresas, etcétera. Pero cada sanción acelera las fisuras y fracturas al interior de sus pilares de sostenimiento. El régimen se está destruyendo a sí mismo más que por el accionar de la oposición. Es la crisis interna la que pone en peligro el equilibrio sociopolítico inestable del régimen.

El régimen está desprovisto de un proyecto de nación, es una organización esencialmente militar-policial dirigida por un grupo mafioso cuyos valores fundamentales son el poder, la violencia y el enriquecimiento ilícito. La avalancha de un sector de la nomenclatura orteguista sobre los bienes público generó una explosión de la desigualdad y concentración de las riquezas y las rentas. Este grupo es bastante reducido, pero se mueve en el seno de una clase alta atomizada, vasalla y socialmente desorientada, y tiene una gran capacidad para causar daños políticos, sociales y económicos.

Si la dictadura conserva la maquinaria militar/policial/paramilitar, ya no cuenta su núcleo duro con personas con inteligencia estratégica, razón por la cual en la práctica lleva a cabo acciones irreflexivas y contraproducentes a sus intereses, en un momento de contracción de su base social, es una contradicción que lo lleva a una desintegración de núcleo original del poder dictatorial.

La dictadura al hacerse con el control de todos los órganos de poder e imponer el modelo del “capitalismo de amiguetes”, también ha golpeado a la clase media. Por ejemplo, la afluencia masiva de productos chinos ha afectado negativamente a la pequeña industria, artesanías y comerciantes en diferentes departamentos del país. Por lo tanto, han incrementado la polarización entre una plebe económicamente débil y una plutocracia depredadora. Es el camino hacia la decadencia del régimen que ya está trazado.

Por esa razón, la dictadura Ortega-Murillo, porque lo necesita, puede llevar a cabo una operación de rebranding o renovación: “modificar de forma parcial o total el conjunto de elementos que la identifican como una marca, con el objetivo de mejorar su posicionamiento”, proceso que puede incluir el nombre del candidato en las elecciones de noviembre de 2026.

¿Para qué? Pues para recobrar su base social histórica en el mercado electoral o llegar a nuevos votantes jóvenes. Que quede claro: el procedimiento no implica un cambio en el producto o en sus contenidos; se trata nada más que un cambio cosmético para recuperar la preferencia de los votantes habituales y/o de atraer a nuevos electores, principalmente jóvenes. Jóvenes que hace 8 años tenían entre 8 y 12 años y no tienen conocimiento del significado de lo sucedido en abril de 2018 y que ha padecido un adoctrinamiento en las escuelas y universidades.

Nicaragua es hoy una sociedad más desigual y fragmentada en comparación al año 2007. El uno por ciento de la población concentra una porción desproporcionada de la riqueza, la clase media se reduce, el empleo bien pagado se desvanece y la movilidad social se debilita. En lo político, la dictadura muestra desgaste estructural: la economía capturada por dinero financiero, polarización y poderes fácticos que bloquean reformas necesarias para el crecimiento con desarrollo. Más allá de la espiral descendente de la economía, encontramos desequilibrios socioeconómicos de tal magnitud que los convierten en amenazas para la estabilidad sociopolítica del sistema 

Por otro lado, el cascarón institucional parece sólido, pero su capacidad de adaptación a las transformaciones del siglo XXI es cada vez menor. La debilidad interna convive con una deuda externa colosal. Es un país que ya no se financia con su actividad, sino que vive del crédito, de las remesas, de la cooperación externa y de las inversiones extranjeras. A ello se suma el costo de un aparato desplegado para sostener un orden que se resquebraja. Lo que es un recordatorio de una hegemonía sostenida por la fuerza más que por la legitimidad.  Cada semana acumula conflictos que exceden su fuerza real, como si el poder se hubiera convertido en una inercia imposible de detener.

Hoy, el tiempo político no juega a favor de Ortega-Murillo. Sabemos que no tienen todo el tiempo del mundo y tendrán que buscar, a través de unas elecciones, como conservar el poder. Admito, sin embargo, que mi hipótesis tiene un punto débil ya que supone que la dictadura va actuar con inteligencia, sacrificando la estrategia de “el poder o la muerte” que implicaría que la estrategia de Murillo se imponga.

La combinación de endeudamiento crónico, exceso militar, desigualdad y parálisis política configura un deterioro sostenido. No se trata de un colapso repentino, sino de un proceso acumulativo. El país enfrenta límites que su poder financiero y militar ya no logra ocultar. Estamos presenciando el final de la hegemonía de la dictadura y el tránsito hacia una sociedad plural, donde la fuerza se mida por la capacidad de producir, innovar y sostener un orden propio.

La represión, la experiencia de la violencia estatal, el reino de la insensatez y la división de la oposición es una realidad cotidiana. Sin embargo, la represión nos lleva al otro lado del espejo, a una sociedad en el que los engaños estadísticos, la conculcación de los medios de comunicación oficiales, las mentiras de la cúpula del poder y los delirios de la pareja dictatorial, indican que están perdiendo gradualmente el poder. La crisis de la dictadura es el motor de la implosión sociopolítica que estamos viviendo.

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