Como consecuencia a la derrota política sufrida el 7 de noviembre del 2021, Ortega pasó a la ofensiva, no solo a nivel nacional sino a nivel internacional buscando cambiar la correlación de fuerzas. Ello con el objetivo de forzar una negociación bajo la cual emerja el reconocimiento de las votaciones de noviembre pasado, así como otras concesiones por parte de la comunidad internacional y disminuir su aislamiento nacional e internacional.
Lo que Ortega hace siempre -y la oposición casi nunca- es actuar de acuerdo con su propia definición de lo que son sus intereses estratégicos, sin que le importe la opinión que se tenga de esa definición. Ortega quiere un lugar en el centro del juego geopolítico y geoestratégico de Centroamérica, justo entre EEUU, Rusia y China.
La estrategia se caracteriza por perseguir un objetivo a largo plazo. Casi siempre, las políticas de la oposición no son estratégicas en el sentido de que se centran en beneficios de corto plazo. Por ejemplo, si se da prioridad a las elecciones municipales del 2022, se dejan menos grados presión para defender otros intereses, como los derechos humanos, la restitución de los derechos constitucionales, etcétera.
Cuando Ortega convoque a un diálogo, pondrá de manifiesto las divisiones internas de la oposición amplia, del empresario y de los poderes fácticos. Algunos poderes fácticos muestran disposición de negociar nuevos acuerdos después del desmoronamiento de la arquitectura del pacto establecido entre el 2007 y 2017. Su estrategia busca mover las manecillas del reloj político hacia atrás antes del 2018.
El diálogo es puro artificio, Ortega no tiene interés de hacer elecciones que pongan en riesgo su permanencia en el poder y la experiencia nos indica que lo que pacta no lo obliga a cumplir. Lo que a él le preocupa es que la permanencia de las cinco crisis pueda acabar afectando a los diferentes círculos de poder del orteguismo, los pilares de su sostenimiento y acelerar un proceso de implosión.
La oposición comparsa no tiene mucho que ofrecer para calmar la paranoia de Ortega. Él quiere que levanten las sanciones a su círculo íntimo del poder, ser reconocido como un “gobierno legítimo” y evitar las sanciones económicas que afectarían a sus pilares de sostenimiento. Todo eso no lo puede conseguir solamente con el aval de los políticos comparsas.
Con el diálogo busca legitimar la farsa electoral de noviembre del 2021. Algunos empresarios buscarán, a través de acuerdos sectoriales, como evitar que las posibles futuras sanciones no perjudiquen sus negocios: suspender a Nicaragua del tratado del CAFTA, bloqueo de los préstamos internacionales, caída de las inversiones extranjeras o la expulsión del sistema de pagos SWIFT.
Sin embargo, Ortega no es inmune a los acontecimientos inesperados que todo lo alteran y que obligan a sustraer de cualquier curso previamente planificado de acción. Los eventos imprevistos suelen ocurrir de dos maneras: En primero lugar, un evento conocido como “cisne negro” que son fenómenos que van a contracorriente a las expectativas acarreando un impacto importante y nadie logra anticipar (tipo rebelión de abril del 2018). En segundo lugar, a través de una gestión progresiva que está a la vista de todos y que genera consecuencias previsibles, fenómeno que se le llama “rinoceronte gris” porque es un evento predecible (tipo un proceso de implosión).
La teoría del “cisne negro”es una metáfora que describe un suceso sorpresivo (para el observador), de gran impacto socioeconómico, difícil de predecir, suceso que está fuera del ámbito de las expectativas normales del acontecer económico-político y que, una vez pasado el hecho, se racionaliza por retrospección (haciendo que parezca predecible o explicable, y dando impresión de que se esperaba que ocurriera.
Cuando Ortega llame al diálogo nadie le plantará cara por diversas motivaciones tácticas. Los diferentes sectores políticos, sociales, empresariales y otros asistirán, no importando la represión ni los encarcelados ni los exiliados, mirarán para otro lado. Eso es lo que pasa cuando se deja el pensamiento estratégico de largo plazo y se adoptan los movimientos tácticos como estratégicos.
La retirada de EEUU de Afganistán e Irak, su profunda crisis política norteamericana interna y el tema de la migración ha sido interpretado por Ortega en el sentido que Washington está determinado a dejar las batallas políticas no esenciales y, al mismo tiempo, considera que la OEA se encuentra en estado de “muerte cerebral” sin capacidad para conseguir los 24 votos necesarios para aplicar el artículo 21 de la Carta Democrática Interamericana, por lo tanto, el escenario se ha tornado propicio para obtener resultados favorable con su estrategia: permanecer en el poder.
El riesgo de la estrategia de inmovilidad de Ortega sería empantanarse en una guerra de sanciones que llevaría a la población a mayores sufrimientos. El inmovilismo político tiende a precipitar la crisis sociopolítica en un pozo de imprevisibilidad, sin que podamos divisar cuándo y cuánto lloverá.