¿Nos estamos quedando ciegos?

La ceguera biológica impide ver, la ceguera ideológica impide pensar”.

Octavio Paz

No puedo enseñar nada a nadie. Solo puedo hacerles pensar

Sócrates

Creo que nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven”. Palabras escritas por José Saramago en su “Ensayo sobre la ceguera”. Palabras que nos sitúan como espectadores de una sociedad que se articula y se desarticula alrededor del síndrome del “mal blanco” que produce la ceguera, como describe a los personajes de la novela que padecen de esa anomalía que se ha apoderado de su cuerpo y de su mente, imposibilitándoles ver.

Antes del 2018, la dictadura Ortega-Murillo tenía la capacidad de ser dominante y dirigente, ya lograba establecer cierto equilibrio político por medio de concesiones a los poderes fácticos. Dirigente porque gozaba de una capacidad de establecer consensos con los poderes fácticos que le permitía permanecer en el poder sin mayores complicaciones. Al mismo tiempo, ejercía la dominación de los sectores populares a través de la represión selectiva. Sin embargo, a partir de abril de 2018, la dictadura pierde la capacidad de ser dirigente y permanece en el poder solamente a través de la dominación represiva.

Sordos, los barones de la corrupción no son, pero sí son soberbios y como se creen más poderosos que la oposición ampliada opera para chantajear y golpear a los poderes fácticos para que se sometan a su voluntad. La lucha social debe ser para empoderar a “los de abajo”, favorecer una mayor equidad, suprimir las desigualdades más flagrantes, mejorar las condiciones de los más relegados y combatir la corrupción en todas sus formas.

En Nicaragua impera la corrupción, sin límites, nuestro país es uno de los países más corruptos del mundo, más saqueados por una banda de malhechores. El sistema judicial está podrido y dominado por la corrupción. El éxito de la política será no permitir la corrupción. 

Entonces, mientras no se desarticule el poder fáctico de la dictadura, empoderado y alimentado por la corrupción, difícilmente la transformación democrática avanzará, porque los barones de la corrupción y sus aliados con su disfraz del “libre mercado” son de la idea de que eso de las elecciones es un juego, un entretenimiento para la plebe, porque dicen, a la hora de tomar decisiones mandamos nosotros.

Vemos al poder autoritario ciego, también, vemos ciega a la elite dominante y a los poderes fácticos que no pueden ver lo que el poder autoritario, la dictadura, hace y que pone en riesgo al conjunto de todos los nicaragüenses. La dictadura Ortega-Murillo sigue perdiendo credibilidad y su declive conlleva una serie de problemas y amenazas irreversibles para hacer frente a los retos del proceso de implosión en desarrollo. La ceguera colectiva de los anillos del poder cubre con gruesos mantos los horrores que su propia ceguera va creando y amontonando.

El deseo desmedido de Ortega-Murillo de continuar en el poder de manera indefinida, a través de una sucesión dinástica, hace a la clase hegemónica, la cúpula en el poder sea: arrogante, soberbia, autista, ciega y prepotente. Muchos miembros de la “nueva oligarquía” (los barones de la corrupción) intentan descalificar a los críticos del régimen autoritario, pero de tanto tratar de desautorizar, lucen exactamente insolentes, sordos y ciegos. Los reiterados errores políticos de la dictadura profundizan su crisis y sus fracturas son visibles en los pilares de su sostenimiento. Si se mira más profundamente, lo que se observa es fragilidad.

Estos ciegos videntes, los anillos de poder (los barones de la corrupción), luchan por sobrevivir en medio de un entorno donde las instituciones han dejado de funcionar; esta ceguera exhibe, oscurece los errores de que son capaces de cometer los hombres en la cúspide del poder. La “erosión” de la que es presa el régimen Ortega-Murillo y que tiende a expandirse si continúa en su lógica represiva de “el poder o la muerte” ya que no logra su objetivo principal de evitar el deterioro de sus pilares de sostenimiento ni evitar el incremento del descontento social ni el desarrollo del proceso de implosión.

Una vez fracturado el poder centralizado del dictador, por el motivo que sea, es poco probable que sea sustituido por nuevas reglas “en frío”. La historia muestra que son posibles los colapsos inesperados (un cisne negro) y que pueden ocurrir repentinamente una vez ha comenzado su declive. Las fricciones internas en la cúpula del poder pueden provocar un desplome tremendo y, entonces, el patatús será más profundo de lo que muchos piensan. La desaparición de los valores éticos-morales en la cúpula en el poder permite entender su fracaso y su declive, difíciles de revertir.

Aunque la dictadura sigue siendo dominante (por la represión), su base social y las instituciones gubernamentales continúan su descomposición. La fragmentación y la decadencia ha creado un impuesto sigiloso a la economía, perceptible sólo si se sabe dónde buscar; por lo tanto, la economía no tiene capacidad de satisfacer las demandas básicas del 80% de la población (como el acceso a la vivienda, empleo digno, mejora de la salud, la educación pública, o adquirir una canasta básica, por mencionar algunas), lo cual acelera su declive.

Las consecuencias han sido la construcción de una economía irreal, que crece gracias a un PIB ficticio basado en las divisas de las remesas, de la inversión extranjera, de los préstamos, del endeudamiento externo y del dinero del narcotráfico. Hay una gran separación entre la economía de los grandes números (la macroeconomía) y la de la vida cotidiana (la microeconomía), entre la economía financiera/bancaria y la productiva. Peor aún, si sabemos que la represión desenfrenada produce el estancamiento, incrementa la desigualdad, favorece la pérdida del capital humano por medio de la migración y la implosión.

La dictadura Ortega-Murillo insiste en su política represiva, reactivando su retórica incendiaria, lejos de procurar pacificar la situación que han creado, no cesan de alentar la represión policial, judicial y paramilitar. Llegamos a esta situación por la absoluta irresponsabilidad de la cúpula en el poder, alentada por una red económica/financiera mafiosa que opera como complemento de la dictadura. La ambición desmesurada tiene rostros identificables.

La política del régimen se estructura sobre un doble pivote: defender los privilegios de una elite mientras impone el máximo sacrificio de los ciudadanos “de a pie” a fuerza de convertir el país en un páramo, en una cárcel. El juego perverso no es otro que reprimir a “los de abajo” para sustentar una vida megalómana de los miembros de los anillos de poder y sus aliados. La ceguera les impide ver que los “ciudadanos de a pie” los odia y les temen al mismo tiempo, pero que, sin embargo, alimentan el proceso de implosión.

La corrupción ha sido concebida como la apropiación patrimonial que permite el ejercicio del poder dictatorial. La corrupción se expresa a través del tráfico de influencias, el otorgamiento de ventajas y beneficios a favor de grupos empresariales orteguistas, allegados políticos y aliados económicos. Desgraciadamente la sociedad nicaragüense ha tolerado las prácticas corruptas.

La dictadura no teme al descrédito, entre otras cuestiones, porque tampoco teme ninguna respuesta colectiva de los poderes fácticos externos e internos realmente desestabilizadores. La impunidad da carta blanca a los miembros de los anillos del poder. La instalación del “capitalismo de amiguete” o “capitalismo de compadrazgo” contribuye a la destrucción de una sociedad basada en los derechos humanos, los efectos negativos comienzan a ser visibles para los NO hemos sido contagiados por “el síndrome del mal blanco”.

Lo que está sucediendo en Nicaragua es la desintegración de los valores éticos-morales, específicamente entre la clase dominante. Este colapso ético de los miembros de la nomenclatura orteguista, tendrá efectos en las elites, y en lo poco que queda de su racionalidad. La implosión moral de las elites tiene y tendrá un importante efecto negativo para los miembros de los anillos de poder y viceversa. La desaparición de la ética ha dejado paso al nihilismo, por la destrucción de las cosas y de la realidad, por la irracionalidad.

Hoy los pobres ya están sufriendo la incapacidad del régimen para resolver la crisis sociopolítica que siguió a la rebelión de 2018. Sectores del empresariado medio (comercial, pequeña/mediana industria) tienen la esperanza de obtener ganancias mediante el incremento del consumo interno gracias a las remesas, pero en última instancia son dependientes de que la dictadura se mantenga a flote. La dictadura quiere dar la imagen de que puede sobrevivir a todo lo que se le presente. Pero no puede.

Lo que vemos en estos días no es la aceptación de la negociación para salir de la crisis, de parte del régimen, sino una sensación de pánico. Por eso escala el discurso para dar la impresión de fuerza. Creo que la dictadura no tiene ninguna estrategia para restablecer el equilibrio de poder, se trata de continuar en el poder. Ortega-Murillo ya no tienen un modelo racional, sino nihilista propio de una dictadura estalinista tropical. Ya no piensan estratégicamente, ya no piensan de manera políticamente razonable. Están ciegos, tienen “la enfermedad del mal blanco”, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven.

Hay que ver que el empeño de Ortega-Murillo en degradar a la oposición con diferentes tipos de epítetos es para disimular su impotencia acumulada para desarticular y paralizar al movimiento popular, por eso apuestan a la descalificación política. Dudo que esa táctica le sirva para evitar su declive, ya que cuando se degenera el lenguaje ayuda a la implosión.

La desesperación con que Ortega se ha volcado en descalificar la entrevista de Humberto Ortega induce a pensar que sabe que algo pincha en los anillos de poder y ha provocado un runrún (ruido) al interior de sus pilares de sustentación. El discurso de Ortega del 28 de mayo recién pasado fue una exhibición de inseguridad que transmite impotencia y pone en evidencia las debilidades de la dictadura. Por jugar con fuego político, la dictadura puede terminar quemándose, ya que ayuda al desarrollo de la implosión interna del régimen.

¿Qué ha cambiado en los últimos años para que la dictadura esté en crisis de confianza? Tenemos que fijarnos en lo más visible: pérdida relativa de su base social; negación de los derechos individuales conquistados entre 1990-2006; desprecio de la resistencia en defensa del medio ambiente de las comunidades indígenas de la Costa Caribe; etcétera. Estos son los corolarios que los poderes fácticos no quieren afrontar. Efectos que seguirán erosionando a la dictadura si se mantiene la estrategia de “el poder o la muerte”. Es decir, aunque el régimen tenga conciencia del desarrollo del proceso de implosión sigue sin saber ni poder cómo pararlo.

La sensación de declive del régimen Ortega-Murillo está muy anclada en la elite política norteamericana, de allí su aparente pasividad. Pero no es más que una muestra de una creencia dominante, que ven a Ortega como un perdedor, que está cometiendo muchos errores políticos. Sin embargo, el régimen se percibe como poderoso, pero a nivel internacional se tiene una consideración muy diferente. En Ortega predomina una actitud de negación porque es muy narcisista. Da la impresión que Ortega está jugando a la “ruleta rusa” con la esperanza que la bala no se encuentre en la recamara de salida en la siguiente acción política equivocada.

La dictadura tiene dificultad para distinguir el bulo y la falsa de la verdad de los hechos y la realidad, por esa razón la decadencia de la dictadura es imparable e inevitable. ¿Qué expresa la permanencia del autoritarismo en el poder? Que la dictadura desea que la mayoría de los ciudadanos sientan que viven en un espacio confortable y que no apuesten por el cambio. Dada la nueva coyuntura y el desarrollo del proceso de implosión, obliga al liderazgo político opositor a no seguir analizando la coyuntura y actuar de la cúpula del poder con los patrones de análisis dominado por la cultura política tradicional.

La dictadura grita mucho para asustar a los ciudadanos “de a pie”, pero no hace política para que el pueblo mejore sus condiciones actuales. Estamos en un momento de explicaciones, de decir la verdad de lo que está pasando. Estamos en el momento de sembrar pequeñas semillas para que germinen después. Solamente el pueblo consciente y organizado para que actúe como termitas/comejenes para fracturar los pilares de la dictadura, es la única manera de vencer a la dictadura. No podemos construir la casa de la resistencia por los tejados.

Como dijera Gorbachov, al comentar la implosión de la Unión Soviética, el pez empieza a corromperse por la cabeza. En la realidad nicaragüense existe una semejanza en las instituciones que rigen al Estado y en los principales responsables de su funcionamiento. La corrupción de la cabeza del poder, los ha dejado ciegos. Ciegos que miran, pero no ven ni el desarrollo de su declive ni el proceso de implosión. En definitiva, hay demasiada estupidez y demasiada irracionalidad en las acciones de la dictadura Ortega-Murillo.

Oscar-René Vargas, sociólogo y economista. Autor y co-autor de 57 libros. Ex preso de conciencia y miembro de los 222, desterrado, desnacionalizado y confiscado. El hecho de confiscar mis propiedades por parte de la dictadura es un acto de robo y violatorio de las leyes constitucionales e internacionales.

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