El orteguismo es la actualización de la mentalidad somocista, aunque tiene elementos distintos al somocismo, pero no se puede entender al orteguismo sin conocer el marco político de actuación del somocismo. Existen hilos político-económicos y de corrupción que unen al orteguismo con el somocismo. En ambas dictaduras palpita el rechazo a la democracia con la expresa voluntad de entronizarse en el poder.
El somocismo fue un movimiento político que rindió culto a la violencia política, al estado botín, sometió a la sociedad a la hegemonía del dictador, permitió el enriquecimiento inexplicable de los distintos miembros de los círculos de poder que lo arropaba, militarizar la sociedad, utilizar la represión y las fuerzas de choques para sostenerse en el poder. Algo similar ha hecho el orteguismo en los últimos años.
Tanto en la dictadura somocista como orteguista la opacidad impregna toda su actividad nacional. Desde la ausencia absoluta de rendición de cuentas por parte del Estado, lo cual facilita las actividades ilegales o de dudoso origen. Funciona, también, como una lavadora de dinero saqueados del erario público o provenientes del dinero ilícito. La corrupción generalizada permitió el surgimiento de una clase social parasitaria.
Tanto para la cúpula del orteguismo como la somocista dicen/decían luchar por la libertad, la soberanía nacional y el progreso social. Ambas dictaduras no permitieron que la gente votara en libertad. El mayor problema del sistema político nacional es que es conduce a que personajes como Ortega o Somoza sean capaces de acceder al poder, personajes sin escrúpulos.
Se habla del uso sistemático que hace el régimen Ortega-Murillo de la desinformación. Existe, sin embargo, una forma de mentira que resulta aún más característica de la dictadura: la inversión/alteración de la realidad. Se trata de un fenómeno que define al orteguismo y lo conecta con el pasado somocista.
Sin asomo de rubor, la dictadura orteguista acusa a los ciudadanos opositores de “terroristas”, mientras se apoya en el terrorismo de los paramilitares para mantenerse en el poder; o afirma que el régimen es un auténtico defensor de los trabajadores, al tiempo de promueve una política económica neoliberal que disminuye el poder de compra de los asalariados que incrementa la desigualdad.
Tampoco tiene escrúpulo en alterar/falsificar los hechos históricos: por ejemplo, no tienen reparo en acusar a los opositores de querer hipotecar “la soberanía del país”, cuando ha sido la dictadura quien firmó el tratado Ortega-Wang Jing por el cual entregó por 100 años la concesión canalera.
El orteguismo practica con entusiasmo la tergiversación de la historia porque el pasado, poco conocido, piensa que legitima el presente y porque resulta más fácil manipular el pasado que el presente. Al fin y al cabo, Nicaragua es un país sin memoria histórica, ya que el pasado ha sido falseado por las distintas elites que se han sucedido en el poder. Sin embargo, ignorar los hechos no cambia los hechos concretos.
La falta de memoria histórica tiene consecuencias. Entre ellas el reciclado de quienes fueron cómplices y corresponsables de los crímenes cometidos por la dictadura somocista. La falta de memoria histórica permite que ahora aparezcan, nuevamente, esos personajes apoyando a la dictadura orteguista. Estoy convencido que sin memoria histórica no es posible alcanzar la democracia.
A lo largo de la historia política nicaragüense las elites hegemónicas siempre han tratado de utilizar la inversión/alteración de la realidad. Por ejemplo, llaman a la rebelión de Abril-2018 un intento de “golpe de estado”, con el objetivo de exonerar a los culpables de los crímenes de lesa humanidad, mientras pretende culpar a las víctimas. La alteración/inversión de la realidad tiene el objetivo de que la víctima termine negociando con su violador.
La dictadura considera que la táctica de la inversión/alteración de la realidad es útil cuando se carece de memoria histórica, piensa que creando un mundo ficticio y maniqueo puede ocultar hechos moralmente indigeribles. Al mismo tiempo, calma la conciencia de sus aliados que han estado dispuestos a tolerar acciones represivas, que la dictadura ve con buenos ojos, pero que son indefendibles. Hay que estar consciente que entre la dictadura y los poderes fácticos hay un teatro de miedos, recelos, desencuentros que no desembocan en pánico porque su relación está basada en la realpolitik, en pasar página.
Otra de las principales funciones de invertir/alterar la realidad consiste en esquivar las comparaciones entre la dictadura orteguista y la somocista. Si se afirma que los actuales presos políticos son herederos del somocismo, se trata de desviar la atención de un hecho evidente: la dictadura orteguista tiene mucho en común con la dictadura somocista.
La inversión/alteración de la realidad es una muestra de la debilidad de la dictadura ya que su objetivo es evitar más fracturas en su base social; sin embargo, cuanto más se esfuerza en darle vuelta a los hechos reales concretos, más sabemos que la verdad los desnuda, una verdad que sale a luz gracias al periodismo independiente y a las denuncias de los ciudadanos en las redes sociales.
También, la negación de la realidad intenta alimentar el fantasma de la inseguridad y desorientar a los de abajo para justificar la ampliación de la represión y evitar a toda costa que se conforme una unidad de la mayoría opositora. Sin embargo, en última instancia, las inversiones/alteraciones de la realidad son otra forma en que se manifiesta su temor al proceso de implosión subterránea que vive el orteguismo y el pánico a que se construya una alternativa de poder, un contrapoder para derrotar al régimen.
Algo en común de la dictadura orteguista con la somocista es el miedo a la gente en las calles. El miedo a las calles vacías expresando su rechazo o a las calles llenas de gente protestando. Miedo a que los trabajadores de las alcaldías y del gobierno central rompan las amarras con la dictadura. Es el miedo a los ciudadanos que luchan por una sociedad democrática rompa el statu quo y la continuidad del modelo.
Decenas de miles de ciudadanos buscan una vía para sobrevivir y poder construir una alternativa política al régimen inhumano que nos lleva a todos al abismo sanitario, político, social y económico. Dado que la dictadura ha perdido una buena parte de su base social, y, por lo tanto, de poder real y consenso, recurre de manera creciente a la falsificación de la historia y la represión para intentar anular el proceso de implosión en desarrollo.
Sólo con un frente unido de la oposición se podrá combatir los embates de la dictadura (atacar a líderes políticos, agredir a los movimientos sociales y orquestar falsos procesos jurídicos), resolver el histórico problema de la desigualdad, la pobreza, décadas de corrupción e implementar un nuevo modelo de desarrollo. No hay que olvidar que juntos somos mayoría y juntos somos más fuertes.
La dictadura ha ido perdiendo su influencia moral en la población; es decir, el 07 de noviembre el pueblo manifestó que no está en armonía con el régimen, mostrándose una crisis de legitimidad entre el pueblo y el liderazgo político de la dictadura. La población está experimentando, mes a mes, un notorio deterioro en sus condiciones de vida, al punto que una buena parte de ella observa el futuro con gran pesimismo. La pérdida de legitimidad puede acarrearle al dictador graves consecuencias, agravando la corrosión interna de su base social.
El 07 de noviembre nos mostró la amplitud de la pérdida del capital político y electoral de la dictadura. Sin embargo, la masiva abstención no ha podido doblegar a los poderes fácticos que mantienen su subordinación al dictador, así como los grandes capitales sigan jugando con el tiempo político, a su convivencia, en espera de que puedan continuar sus anteriores niveles de privilegios.
El 07 de noviembre reveló que la mayoría de los nicaragüenses están convencidos que nuestro futuro será mucho más seguro como sociedad sin el orteguismo en el poder. ¿El apocalipsis de la dictadura orteguista tendrá un final silencioso o será similar a la caída del somocismo? Cuando el orteguismo caiga, las calles no estarán vacías y todos nosotros no estaremos encerrados en casa.
La derrota de una dictadura no suele provenir solamente de una masiva abstención electoral, porque se topa con poderes fácticos sumamente resistentes, por eso es que la protesta/rechazo/movilización popular no debe ser sólo para mostrar músculo, sino, sobre todo, para subrayar que la clave de la derrota de la dictadura solamente es posible con un pueblo organizado y movilizado. Dado que las condiciones represivas han tornado muy difícil una nueva explosión social, tipo abril/mayo 2018, es necesario adoptar la estrategia de socavar las columnas/pilares que soportan a la dictadura para acelerar su proceso de implosión.
Ningún poder fáctico ha asumido el mensaje político de la ciudadanía al vaciar las calles el 07 de noviembre, propinándole una derrota política a la dictadura; unos lo tomaron en forma de sueños proféticos y, otros, como pesadillas. El objetivo del régimen con la convocatoria a un diálogo con los poderes fácticos es amortiguar la derrota política sufrida y le permita doblar la página.
Estos acontecimientos, como los que ya ocurrieron antes y los que vendrán, siempre traen consigo una misma y luminosa verdad, que no se quiere tomar en cuenta: el dictador está desnudo y que algunos lo quieren arropar mediando y/o promoviendo el “diálogo” con la dictadura.