Al modificar la Constitución Ortega mostró su intención de permanecer en el poder durante toda la vida o heredar el poder a un miembro de su núcleo familiar. Con ese objetivo ha instaurado un equipo de poder, compuesto de miembros de su camarilla, en detrimento de cualquier funcionamiento democrático.
Cabe utilizar el término camarilla para designar a la cúpula de poder que encabeza Ortega, porque la componen “hombres ligios”. En la sociedad feudal un “hombre ligio” era el que tenía un vínculo de subordinación incondicional producto de la relación establecida entre un vasallo y el señor feudal.
Ortega y la camarilla en el poder quieren subordinar/someter las energías de los empresarios (grandes, medianos y pequeños) y no eliminarlos como clase. En lo tocante a la política social, sus principales lugartenientes profesan la economía neoliberal, piensan en la inversión social en los sectores vulnerables como un instrumento de clientelismo político y no como una estrategia de lucha contra la pobreza.
Antes de Abril-2018, las voces formales del gran capital tenían un peso importante en la elaboración de leyes y lograron convertirse en una fuente de poder. Después de Abril se comenzó a desdibujar la capacidad que tenían para influir, pero incluso en esa nueva configuración ciertos empresarios mantienen una relación continuada por sus intereses económicos más allá de las diferencias y la represión. Es decir, las líneas de comunicación e intereses de ambas fuerzas se han mantenido a pesar del trato dispar con algunos empresarios.
Ortega no es solamente un dictador, es jefe de la burocracia estatal, cabeza de los “hombres de ligios” carentes de imaginación. Su culto a la personalidad denota la utilización de todos los medios de control social que permiten las tecnologías modernas con el apoyo del accionar de los paramilitares. El aparato del Estado es la única fuerza con la que Ortega se siente tranquilo.
La camarilla orteguista no representa más que una fracción de las clases dominantes en Nicaragua. Su permanencia en el vértice del poder es frágil. Su poder no será puesto en tela de juicio mientras no afecte directa e indirectamente a la estabilidad de los miembros de la nueva clase ni a sus familiares. El orteguismo ha perdido influencia al perder su capacidad de convicción, de análisis, de valorar los resultados que dan una u otras alternativas; por eso se ha vuelto frágil. Su única estrategia es “el poder o la muerte” aplicando tácticas variadas.
La debilidad de Ortega y de sus “hombres ligios” radica en que nada garantiza que su permanencia en el poder le permita resguardar sus bienes y capitales adquiridos. Las cinco crisis (económica, social, política, sanitaria e internacional) han alcanzado puntos álgidos, sobre el telón de fondo de una amenazadora crisis de legitimidad internacional de la dictadura. El estado dictatorial ha logrado hasta ahora evitar el estallido de una implosión interna, pero ¿hasta cuándo?
A pesar de la propaganda del mito que Ortega es políticamente invencible saben que se está desarrollando de manera subterránea, como las termitas, un proceso de implosión que carcome/agujerea lentamente los diferentes cimientos de sostén de la dictadura (los distintos círculos del poder, el gran capital, la base social del orteguismo, los funcionarios de las estructuras del estado y las fuerzas militares). Es decir, las relaciones complejas del poder que se fueron tejiendo entre los diferentes pilares de la dictadura comienzan a fisurarse a consecuencia de la profundización de las cinco crisis.
Por esa razón Ortega está condenado a practicar perpetuamente la “huida hacia adelante” incrementando la represión e ignorando las señales que invitan a detenerse, a replantear la estrategia, a modificar el rumbo, aplazando un inevitable desenlace con la falsa esperanza de que de alguna forma las cosas se solucionaran y la coyuntura internacional puede mejorar para él.
El discurso político del orteguismo se basa en una alteración de la realidad social para generar miedo. Ortega sabe que no ha podido eliminar o neutralizar la tendencia de la implosión, pero tiene la esperanza que la falta de un articulador de la oposición crea las condiciones favorables para mantener el “orteguismo con Ortega”. Mientras tanto, juguetea con un cambio en Honduras/Chile o con el poder tripolar mundial al coquetear con Rusia/China, ambas cosas piensa que le pueden traer favorables sorpresas en su táctica de ganar tiempo.
La dictadura, también, piensa que mientras tenga la capacidad de repartir beneficios entre las personas para garantizarse la fidelidad de su base sociopolítica, cada día se hace más exigua producto de las cinco crisis, y pueda implementar campañas de represión ambas tácticas le permitirán permanecer en el poder. El régimen aplica de modo permanente la táctica de golpear preventivamente cualquier atisbo de lucha, con el objetivo de liquidar todo embrión democrático y antidictatorial. Se trata de una reacción extrema, por miedo a una revuelta plebeya desde abajo.
Para permanecer en el poder, la dictadura apuesta en mantener unido las distintas fracciones del partido orteguista, a conservar subordinados a los partidos comparsas, a estirar su entendimiento con los poderes del Estado y prolongar su alianza con los poderes fácticos empresariales y con la cúpula militar ampliada y, por último, mantener la represión indiscriminada expresada en el encarcelamiento de voces críticas o el impedimento de poder salir del país reteniendo los pasaportes.
El deterioro de la legitimidad de la dictadura disparó el riesgo de perder los capitales y bienes adquiridos por los miembros de los diferentes círculos de poder. La causa de tal situación es la mezcla de una serie de sucesos nacionales e internacionales (derrota política en la farsa electoral, ley Renacer, resolución OEA, nuevas sanciones, mayor aislamiento, etcétera). El escenario más probable hacia adelante es que la economía continúe frágil, en medio de los eventos nacionales: insuficientes salarios reales, poco crecimiento de futuros trabajos, desempleo, subempleo, creciente precariedad laboral, contracción del mercado, poca inversión productiva, escasa inversión extranjera, etcétera.
En conclusión, la permanencia del “orteguismo con Ortega” todavía no está consolidada. La prueba de ello es el alto nivel de abstención en la farsa electoral de noviembre pasado. Si bien Ortega se ha reelecto, su figura se ha visto fuertemente cuestionada tanto a nivel nacional como internacional al no lograr la legitimidad buscada. La ausencia de legitimidad indica, sin duda, que Ortega se enfrenta a reticencias de su propia base social amplia sobre la conveniencia de su permanencia en el poder para garantizar los bienes y capitales de las diferentes bandas que se han enriquecido en los últimos años.
La pregunta es: ¿la permanencia de Ortega en el poder, a viento y marea, les garantiza a las familias orteguistas la conservación de su acumulación de capital o más bien lo hace vulnerable? En la medida que Ortega pone en peligro el capital adquirido, en los últimos años, por las distintas “familias orteguistas” en esa medida puede ser abandonado por los “hombres ligios” lo que pudiera fracturar, poco a poco, las columnas de apoyo del “orteguismo”.