En el juego entre realidad y apariencia, la dictadura crea escenarios que a veces se superponen y a veces no. El primero es siempre el de la realidad, los hechos sociales, políticos y económicos en sentido estricto. El otro escenario, el predilecto del régimen, es el mediático-cognitivo, que consiste en inventar “hechos comunicacionales” que reconfiguran los hechos de la realidad, los enmarcan y los interpretan según su voluntad política. La clave, al final, es imponer una determinada lectura de esa realidad.
El momento de la represión en contra del Obispo Álvarez no es casualidad, acompaña al mensaje que la dictadura pretende enviar a toda la sociedad: la dictadura es un actor determinante y no consentirá que surja una alternativa que cuestione su dominio e influencia. La represión al Obispo es el “toque comunicacional”, el elemento mediático que refuerza la imagen de suficiencia y de poder: los que se enfrentan al “gran jefe” lo pagan siempre. El mensaje es: el brazo largo justiciero del “gran jefe” alcanza a todos los adversarios políticos estén donde estén; sean quien sean, antes o después.
Es impresionante como la comunidad empresarial ha asumido la “diplomacia de la represión” como un modo normalizado del quehacer político de parte de la dictadura. Ortega se ha transformado en un consumado maestro en el uso de este dispositivo punitivo extrajudicial y judicial. La comunidad empresarial le garantiza su imparcialidad y su silencio en todo su esplendor y poder. La dictadura sabe que tiene que mantener la represión hacia el Obispo Álvarez ese es un punto que puede quebrar la estrategia represiva de Ortega-Murillo. El apoyo de la CEN es fundamental para que se desmonte la represión en contra de la iglesia.
Creo que este incidente político en contra del Obispo Álvarez tendrá profundas consecuencias y marcará de forma duradera la política del régimen hacia la iglesia. ¿Por qué? La actitud de Ortega-Murillo es rotunda: para defender su control y dominio está dispuesto a usar todos los instrumentos represivos disponibles, incluidos los policiales, paramilitares y judiciales. Creo que esto es lo que no se entiende y no se quiere entender por todas las élites políticas, religiosas e intelectuales. Ortega “va con todo” e intentará derrotar cualquier veleidad que cuestione su hegemonía. Esto lo aprendió hace años y hoy lo está viviendo directamente la iglesia católica.
El debate ahora gira sobre la falta de experiencia y desconocimiento de la historia del actual equipo dirigente de la oposición y de la CEN. Hay verdad en esto, pero, desgraciadamente, la realidad se impone más allá de las ilusiones y de las buenas intenciones de llegar a un acuerdo con Ortega, por medio del diálogo y cohabitación, para encontrar una “salida negociada al suave”. La acción en contra del Obispo Álvarez clarifica mucho la estrategia de Ortega-Murillo, a saber, el objetivo real es construir una dictadura dinástica y la represión contra el Obispo y los sacerdotes (Nandaime, Boaco, Sébaco, etcétera) responde a una estrategia global muy pensada y organizada.
Conforme pase el tiempo las cosas se verán con más perspectiva y las nubes se irán dispersando. A la hora de posicionarse sobre los conflictos del presente se comente dos errores de la oposición y de la CEN: a) no tener en cuenta que la correlación de fuerzas está marcada por el dominio, el control económico y político-militar de Ortega. Ellos son los que mandan y los que imponen un determinado orden a través de un juego, más o menos explícito, entre un poder blando, un poder estructural y un poder duro; b) eludir sistemáticamente que existe una fuerte asimetría de poder punitivo-militar entre la dictadura y el resto de los poderes fácticos, incluida la iglesia católica. Esto ha sido evidente desde el 2007 y se ha hecho determinante después de abril de 2018. Al no tener ninguna estrategia para superar ambos errores, la dictadura incrementa su poder.
El régimen Ortega-Murillo puede ser calificado de dictadura: por su alianza con los militares, policías y paramilitares, por la subordinación del sistema judicial, por el contubernio con la mayoría de los poderes fácticos internos; por la composición de su estructura militar organizada para el dominio de las zonas rurales y por la disponibilidad de fuerzas policiales y paramilitares capaces de intervenir decisivamente en cualquier lugar del país; por el enorme poder económico de los miembros de la nomenclatura que compite con la oligarquía tradicional; por la política de alianzas, de facto, que le sirve para subordinar y someter al gran capital a sus intereses. Se podría continuar. No todos son iguales. Unos cohabitan y otros protestan entre dientes (“soto voce”) en contra de ese dominio dictatorial.
El eje central de la política de Ortega ha consistido en impedir que pueda emerger una fuerza económica, política o social con poder suficiente para cuestionar su hegemonía. No tengo ninguna duda de que esto es conocido por la dirección política de la oposición y de la iglesia católica y que, de una u otra forma, guía su acción política. Lo que queda claro con la represión en Matagalpa es la férrea determinación orteguista para impedir/evitar la transición hacia una sociedad democrática, cueste lo que cueste, usando todos los instrumentos disponibles desde los instrumentos económicos hasta los medios de comunicación, pasando por los conflictos híbridos, las operaciones de suprimir los ONG´s, cerrar las radios y canales de TV y el uso a fondo de las nuevas tecnologías por los órganos de inteligencia.
La ingenuidad política no cabe ya en una sociedad que vive un largo y tortuoso interregno entre un viejo orden represivo organizado, dirigido por Ortega y un nuevo orden que está emergiendo en torno a los movimientos sociales nacidos antes, durante y después del 2018. El verdadero debate, el que divide realmente a las fuerzas políticas emergentes, religiosas y empresariales, tiene que ver con esto: si se está con el viejo orden o con el nuevo que se está construyendo en condiciones dramáticas. Cuando se ahonda, se ve con mucha claridad que, para una parte sustancial de los políticos y elites tradicionales, su orden es el orden vigente, la “pax orteguista”, la que se está cuestionando en toda la sociedad. Dicho de otra forma, algunos dirigentes y hegemónicos de la sociedad prefieren cobijarse tras la fuerza de Ortega-Murillo que ser parte autónoma y actor definitorio de la nueva sociedad que está emergiendo.
Se discute mucho en estos días sobre el fracaso de las sanciones decretadas por EE.UU., la UE y otros países y sobre sus efectos para hacer cambiar el rumbo de la dictadura. No es el momento para entrar a fondo en esta cuestión. Más adelante lo haré. Me interesa mucho más un asunto: el poder de los EE.UU. ya no es el que era en la región centroamericana; ya no son capaces de obligar al estricto cumplimiento de sus exigencias a Ortega-Murillo, ni siquiera pueden influir en el comportamiento del capital, más antiguos o los recientes. Llegan a donde llegan pero no logran, con las sanciones, golpear seriamente a Ortega.
La lucha por la democracia hay que situarla en esta vertiente entre un orden dictatorial en crisis y una sociedad democrática en desarrollo. Lo decisivo es que esta lucha por la democracia debe tener un contenido social y tener una estrategia de los instrumentos político-militar que sostienen a la dictadura. ¿Por qué? Hay que subrayarlo de nuevo: lo viejo no acepta la emergencia pacífica de la democracia, no acepta el fin del dominio despótico de Ortega-Murillo. El equipo que dirige hoy la política en Nicaragua juega con un supuesto que nos sitúa permanentemente al borde del abismo y es que los “otros”, la gran mayoría de la población, nunca podrán usar su fuerza de la calle y, por lo tanto, ellos (la dictadura) pueden seguir abusando de su clara y nítida superioridad. El objetivo de la lucha por un nuevo orden democrático, de justicia social, respeto de los derechos humanos e inclusivo. La apuesta es impedir que la caída de la dictadura acabe en un golpe cívico-militar. En la actual coyuntura, el papel de la Iglesia católica puede ayudar a construir la democracia en el país, esa es la apuesta del Obispo Álvarez.
No se trata de alcanzar una victoria tipo “salida al suave”. La historia de Nicaragua demuestra que los pactos entre las elites han sido una clara y nítida victoria pírrica para la democracia. Se dice que el rey de Epiro, Pirro, después de su victoria sobre los romanos llegó a decir aquello de “otra victoria como esta y volveré solo a casa”. Un nuevo pacto favorezca una “salida al suave” terminaría por unir aún más a la dirección política orteguista con el gran capital, a los políticos tradicionales y a las elites reaccionarias en contra de la democracia; es decir, fortalece y desarrolla la unidad entre la nueva clase orteguista y la vieja burguesía oligárquica. Esa es la “salida política al suave” que no queremos.