Algunas tenues noticias esperanzadoras brotan, pero el contexto es muy oscuro. Aun así, no hay que rendirse al catastrofismo. No hay que abandonarse al catastrofismo. Pero tampoco pueden soslayarse las tendencias de fondo. No sabemos qué nos depara el futuro. De entrada, ninguna señal permite creer que estemos cerca de un final de la guerra híbrida de la dictadura contra la oposición, con todo el sufrimiento y las repercusiones que provoca. Sin embargo, en los últimos meses, algunas noticias positivas aportan un punto de esperanza: Ortega en su afán de aniquilar todo vestigio de autonomía de la sociedad civil sigue cometiendo errores, que no son aprovechados por la oposición por la falta de una estrategia.
Hay que recordar que no hay diálogo en frío. Las partes dialogan cuando ambas partes cuentan, cada una, con la capacidad de cambiar la correlación de fuerzas a su favor. La oposición a la dictadura no tiene la pujanza para cambiar la actual correlación de fuerzas para obligarlo a negociar una salida. La dispersión del movimiento social nacido en el 2018 prevalece regada en el exilio y en el interior del país que no tiene ni la fuerza sociopolítica ni existe una estrategia para debilitarlo y obligarlo a negociar. Sin embargo, el terreno político internacional no podía presentarse más idóneo a la propagación de las llamas, lleno de leña menuda reseca y arbustos.
El “orteguismo” tiene la capacidad de mantener la actual correlación de fuerza a su favor lo que le permite no aceptar una negociación. Al decir que no tiene nada que negociar con EE.UU., implícitamente protege su estrategia basada en “el poder o la muerte”. Mientras tanto, la dictadura sigue ganando tiempo que le permite recomponer sus bases sociales. Ortega sabe que sus fuerzas de sustentación no son monolíticas, son mercantilistas, débiles por el empobrecimiento de su base social y sujetas al peligro que se desarrolle un proceso de implosión interna debido a que el país se adentra en una situación oscura de potencial inestabilidad sociopolítica prolongada e ineficacia gubernamental.
Pero, también, sabe que al interior de las distintas expresiones del liderazgo opositor predomina el interés partidista y el egoísmo político mezquino sobre la responsabilidad nacional de derrotarlo. Que de ello se derive un bien para Nicaragua está aún por demostrar. Los grupos políticos han retomado su accionar de hacer el trabajo político de manera aislada, aunque proclamen que luchan por la unidad. Está en su naturaleza y en la cultura política tradicional. Esta condición de falta de unidad para tomar decisiones de calado, lo que representa por supuesto un nuevo golpe para una oposición atosigada en mil frentes.
Las diferentes expresiones de la oposición se encuentran en medio de turbulencias, defecciones, negociaciones condicionadas más por una falta de estrategia que por los contenidos y el interés ciudadano de derrotar a la dictadura; es decir, las fuerzas opositoras profundizan su extravío. La oposición está actuando como en la fábula de Esopo, donde el escorpión pica a la rana que le ayuda a cruzar el río, condenándose a ahogarse. Por eso el camino en adelante está repleto de incógnitas.
Al decir que no tiene nada que negociar con EE.UU., implícitamente mantiene su estrategia basada en “el poder o la muerte”. Para Ortega negociar en las condiciones actuales, sin presión política interna, es hacerse el harakiri político, ya que no tiene la presión sociopolítica para hacerlo. Ortega puede negociar con EE.UU. siempre y cuando le permitan o le garanticen mantenerse en el poder. El significado de todo su discurso es “aquí mando yo”. La lógica del autócrata es: o “mando yo” o el diluvio. Para Ortega solo hay un programa, solo un interés social legítimo y corresponde totalmente a la permanencia del dictador en el poder. Su interpretación de “soberanía nacional” radica en responder a esta voluntad.
Incluso las “movilizaciones espontáneas orteguistas” en algunas ciudades de los departamentos del 19 julio, con las que se quería identificar a “la mayoría de los nicaragüenses”, para “legitimar” su permanencia en el poder con sus propias condiciones. El resto, las palabras sobre la “agenda social” o el “salario mínimo”, sobre la historia del país o sobre la lucha de Sandino, eran solo palabras huecas. Gestos para hacer que la gente diga que “se presta atención” a ciertos temas, pero sin ningún compromiso formal, y mucho menos concretizaciones.
Nadie ha captado algo más grande -y peligroso- que sus propios intereses particulares, ya proyectados en las próximas elecciones municipales. Nadie ha sido capaz de tener en cuenta las verdaderas amenazas “extrainstitucionales” que Ortega viene sembrando en sus discursos. Puede decirse que precisamente la deliberada trituración de todas las fuerzas políticas de oposición, con el fin de crear una “nueva clase política” sometida, ha terminado por producir la imposibilidad de encontrar motivo alguno para participar en el simulacro de elecciones municipales de noviembre de 2022.
La lucha política consiste en tener una estrategia que permita capitalizar el descontento social y reunir las fuerzas sociopolíticas para aprovechar el proceso de implosión interna de la dictadura. El peligro es que, a falta de estrategia, la implosión interna tenga como resultado ya sea caer en lo mismo por medio de un golpe militar o la anarquía. Sobrevuela todo este panorama la brutal realidad —no ya amenaza— de la represión indiscriminada. Las olas represivas se suceden con una intensidad, una frecuencia y un alcance pavorosos, que tiene trabada cualquier salida a la crisis estructural que vive la dictadura.
El temor de Ortega-Murillo es que las diferentes expresiones del movimiento sociopolítico sean capaces de unirse y elaborar una estrategia para derrocar a la dictadura. Así, al mantener y elevar los niveles de represión tiene el objetivo de impedir una coordinación política de la oposición al interior del país, utilizando una represión híbrida: policial, judicial y eliminando todos los espacios de la sociedad civil (las ONG`s) para evitar la reactivación de las protestas.
Así es lo que estamos viendo y viviendo, no es que a la dictadura les salga el tiro por la culata y se disparen en el pie creando un mayor aislamiento internacional. Lo que está haciendo es fiscalizando aún más el control de la sociedad sabiendo que EE.UU. y la Unión Europea están enfocados en la guerra de Ucrania y el tema de Nicaragua pasó a ser no prioritario, lo que le permite a Ortega tener espacio para incrementar la represión sin grandes consecuencias, asegurar su base social fanatizada y neutralizar cualquier veleidad de protesta.
El propósito es crear una crisis al interior de la oposición real (interna y externa) con el objetivo de utilizar la falta de estrategia de parte de la oposición para seguir reprimiendo y mantenerse en el poder. Su estrategia es crear las bases de sustentación para asegurar/facilitar la sucesión dinástica. Hay que tener en cuenta de que esta gente lee los periódicos internacionales lo suficiente para saber lo que está sucediendo a nivel global. No hay que asumir que son tontos. Son malvados, pero no son tontos. Sin embargo, la clase dominante nacional -que incluye el empresariado y la clase política- está absolutamente por debajo del nivel de los problemas a enfrentar.
El reto es elaborar una estrategia básicamente en tres áreas. (1) El área económica está dominando las cosas en este momento por el peligro de una recesión internacional y sus repercusiones sociopolíticas en el país. (2) Luego está como debilitar la alianza de Ortega con el complejo militar, policial y paramilitar que es una base de sustentación fundamental de la dictadura. (3) La tercera área son las finanzas, la banca y los organismos financieros internacionales para evitar que siga recibiendo préstamos que le permite presentarse como el garante de una economía en crecimiento. Creo que estas tres áreas son prioritarias en la elaboración de una estrategia de lucha contra la dictadura.
Dado la posible recesión internacional, con sus repercusiones en la economía nicaragüense, es el talón de Aquiles de la dictadura por sus repercusiones sociopolíticas en la sociedad, incluyendo en su escuálida base social. Ortega-Murillo no saben lo que va a pasar, ni conocen los efectos de una recesión internacional. Ellos piensan que tienen el suficiente poder para, mediante el soborno, la fuerza, la represión, el asesinato (si es necesario) para salirse con la suya, pero no estoy seguro de que se vayan a encontrar con la simple pasividad ciudadana. La crisis es política. No se solucionará con otra moneda.
La recesión internacional con sus repercusiones en los precios del petróleo y los alimentos va a tener un efecto dominó acelerando algunas dificultades ya presentes en la sociedad nicaragüense (pobreza, desempleo, desigualdad, etcétera). Frente a ese posible escenario urge elaborar una estrategia para derrocar a la dictadura. Sin presión interna que debilite a la dictadura, no hay posibilidad de ganar.
Vemos el choque que tiene lugar ante nuestros ojos como un conflicto larvado dentro de la clase dominante, entre un gran capital que se mueve sin tener en cuenta las fronteras nacionales y las nuevas figuras empresariales nacidas al amparo de la dictadura con una visión más “local”, se da uno cuenta de que complejidad de intereses disfrazados por parte del primero ha existido, y durante años, un designio de largo alcance, nada secreto ni “inconfesado” y los miembros de la “nueva clase” ligados a la suerte de la dictadura.
En las actuales dinámicas políticas, se detectan algunas grietas insidiosas. Está por verse cómo funcionarán. En términos políticos, afloran turbulencias y se notan costuras inquietantes. En estas condiciones es probable que la solución sea, para romper el muro de inmovilidad política, que alcance el poder una junta militar con el apoyo o en coalición con los otros poderes fácticos. Aceptar o perseguir la salida de Ortega, desde el punto de vista de las distintas fracciones de la oposición, podría tener sentido en presencia de una “hoja política” organizada, lista para reemplazarlo con otro proyecto, otros programas, otros líderes.
No hay que sucumbir al pesimismo, al cansancio, a la tensión, a la histeria o a las rutinas de la tradición que pesan demasiado en la política habitual. Si se apagara la música para que Ortega-Murillo no pueda seguir bailando, veremos cómo ponemos otro ritmo para continuar el baile. Para ello es necesario tener una estrategia alternativa.