El ejercicio del poder requiere sabiduría, abundante racionalidad, dominio de los peores instintos y reflexión suficiente para no caer en la tentación autoritaria. En la etapa de auge económico el poder autoritario luce interminable. Ya en el ocaso, fase de recesión y estancamiento económico, la fuerza del poder dictatorial se va evaporando lentamente, escapa de las manos de quien lo ha ejercido y florecen las estupideces del poder.
Poco a poco, el régimen se va quedando solo. La sinrazón suplanta el buen juicio y la lógica desaparece. En la fase del aislamiento internacional, el dictador sabe que al salir del poder será un pez sin agua, un pez a punto de ser pescado. Sabe que se está quedando solo. Entonces, comienza a cometer muchas estupideces y la sinrazón se hace evidente.
Uno de los misterios más insondables de la mente humana es la estupidez. Todos podemos actuar estúpidamente, en algún momento de nuestra vida, pero uno de sus rasgos más graves reside en el empecinamiento del desatino; el estúpido no da su brazo a torcer con facilidad, si lo hiciera dejaría de serlo. La estupidez puede ser constitutiva, o, dicho en términos clínicos, incurable. La víctima central de la estupidez es la verdad.
La vanidad es el abono de los estúpidos, que tienen la perturbadora inclinación a dar por estúpidos a los demás. Los estúpidos pueden ser muy listos, incluso inteligentes. La estupidez es un estado, no una condición. Convengamos en que no es una falta de la inteligencia, sino su fracaso. La estupidez puede suplantar a la inteligencia, parecer eficiente sin serlo a la larga.
Igual ocurre con las supersticiones, la estupidez prevalece, no importa si los hechos las contradicen una y otra vez. Los componentes básicos de la estupidez son la proclividad al insulto, la denigración del otro y la crueldad. El poder autoritario suele actuar como si fuese una droga, los envuelve una nebulosa, dejan de percibir la realidad.
Las mentiras y las estupideces no son una salida a los problemas, son más bien una forma sinuosa de entrar en la senda del ocaso del poder. Ortega-Murillo ya no son los poderosos de antes, se han convertido en prisioneros de las mentiras y de sus errores políticos. Ironías y burlas de la historia. La realidad siempre termina derrotando a los estúpidos.
La alianza entre la nueva clase y la vieja oligarquía significó una distribución de los centros de poder: la vieja oligarquía aceptó que el centro de poder político quedará en manos de la nueva clase que encabeza Ortega-Murillo a cambio que una cuota importante del poder económico quedase en manos de la vieja oligarquía.
En el pacto no escrito entre Ortega y el gran capital acordaron que los empresarios no participarían directamente en la política, pero se ocuparían de la política económica del régimen, impulsando la mayoría de las leyes económicas. Ese pacto se realizó con las cúpulas empresariales, banqueros, comerciantes e industriales. El gran capital no tomó conciencia que al ceder ante la dictadura se fue debilitando y perdiendo espacios en el quehacer cotidiano.
A partir de ese pacto, en el país predominó la avaricia, la opulencia y la irresponsabilidad organizada de un sistema que se guío desde la codicia y que perpetró contra la población la transferencia de la riqueza pública a favor del 10 por ciento de la población que prosperó en medio del desempleo, el hambre, la desesperación, la desigualdad y la pobreza.
Entre el 2007-2016, Ortega-Murillo fue capaz de hacer concesiones y llegar a pactos con los representantes del gran capital en temas de la política económica con tal de tener luz verde para su proyecto totalitario, tenía el dinero venezolano para hacer las concesiones. Los principales beneficiarios del modelo económico de amiguetes, antidemocrático y represivo que se implementó fueron los empresarios, los banqueros, la nueva clase y Ortega.
Entre el 2016 y el 2017, el pacto comenzó a fisurarse por la desaceleración económica del país, la pérdida del dinero venezolano y el hecho que la nueva clase orteguista empujó para asegurarse también el centro de poder económico en detrimento de la vieja oligarquía y la burguesía tradicional al controlar la distribución de los combustibles y la energía eléctrica.
En el 2021, la economía nicaragüense continuará siendo excluyente e inequitativa. La mayor parte del crecimiento económico se ha concentrado en pocas manos. No hubo y no hay una voluntad política estatal para redistribuir el ingreso, el diálogo tripartito gobierno-grandes empresarios-sindicatos oficialistas, no garantiza la igualdad de oportunidades para todas las familias nicaragüenses.
El modelo económico corporativo (alianza gran capital con el régimen Ortega-Murillo) está agotado porque concentra riqueza en pocas manos, no produjo la industrialización de las materias primas locales y se perdió la oportunidad de promover la innovación tecnológica. La economía sólo funciona para una parte de la sociedad y las desigualdades crónicas son cada vez mayores. Desde el 2018, el régimen agudizó su lado represivo, antidemocrático del pacto. De modo que, los actores del pacto son culpables de los atroces resultados que hoy seguimos viviendo.
Desde el 2007 un manojo de tecnócratas neoliberales y jueces orteguistas, de manera consistente y con bajo perfil, fueron rellenando los entresijos directivos de las instituciones del entramado financiero y de las diferentes instituciones del país. A partir del 2007, se abrió una brecha suficientemente ancha por la que pudieron ascender una nutrida camada de nuevos líderes en las instituciones estatales, con ambiciones concretas, neoliberales y con algunas habilidades en sus quehaceres.
Buscan, su permanencia en la nomenclatura del poder, creen haber hallado dentro del partido orteguista, otrora lleno de fuerza, pero hoy en decadencia evidente, que no les abrirá las puertas de manera gratuita, segura, legal y fácil. En esta dura actualidad se les impone, como mal necesario, la disposición de evitar cualquier escrúpulo legal. Necesitan otras muchas palancas que les permitan asegurar su permanencia en las altas esferas del poder. Caminan con tiento, intercambiando favores y extendiendo promesas y amasando complicidades en cada uno de los pasos del proceso político.
Para ganar adeptos, la tecnocracia política y financiera se enfrenta permanentemente al creciente escrutinio ciudadano. Conducta nada fácil para su acostumbrado sigilo, opacidad y secretismo. Sus modos, maniobras y decires los entonan en voz baja y dentro de lujosas oficinas. Circulan, con parsimonia notable, en los pasillos del poder de “El Carmen”.
Ahí todo es confidencial, delicado, selecto. Los acuerdos negociados usualmente se acompañan con el uso de amplios recursos y las consabidas condicionantes de letra chiquita, desconocidas por el gran público. La lucha electiva exige, bien se sabe, otras muchas modalidades que no están a su alcance por ahora. Tendrán que encontrarlas.
El mermado partido de gobierno, apunta a una continuidad rigurosa del gastado eslogan: sabemos cómo hacerlo. Han eliminado la autonomía municipal, centralizado más las decisiones de gobierno, subordinado el poder judicial, anulado cualquier signo de autonomía sindical, etcétera. Sin embargo, el modelo político vigente tendrá, en los próximos años, que evitar que la desaceleración económica se transforme en nuevas protestas sociales.
De acuerdo con las conocidas listas de millonarios nicaragüenses las familias más acaudaladas amasaron sus fortunas con ayuda de importantes negocios en el sector financiero o en la industria azucarera y sus derivados. Otras familias, sus capitales provienen de sectores igualmente tradicionales de la economía: como la caficultura, ganadería, entre otros. Todos ellos recibiendo los favores del poder de turno.
Lo que es un reflejo de la lógica rentista imperante entre la gran burguesía, cuyas fortunas provienen no de la innovación ni de la creación de nuevos mercados, sino de las desproporcionadas ganancias del sector financiero, de la explotación de los recursos naturales y de los beneficios recibido de los diferentes gobiernos. Esta desidia de los dueños de los grandes capitales hacia la inversión en investigación y desarrollo (I+D) repercute en la incapacidad del país para competir a escala regional, y tiene costos que van más allá de la pérdida de oportunidades.
Esta desoladora paradoja, en la que las personas y familias poseedoras de los capitales necesarios para detonar el desarrollo tecnológico prefieren vivir de viejos negocios, no suele mencionarse cuando se critica el exiguo porcentaje del PIB dedicado a I+D en nuestra nación; pero es justamente ahí donde debe buscarse la explicación del atraso que padecemos, así como una de las principales razones de la castigada estructura salarial e incluso de los niveles de informalidad en el mercado laboral, el cual no brinda incentivos ni posibilidades de crecimiento.
Los miembros de los poderes fácticos han demostrado que son personajes encarecidamente resistentes a cualquier variante de cambio que toque el actual modelo neoliberal. Los réditos de tan exclusiva red de financieros, empresarios, jueces estarán, como lo han estado durante ya muchos años, al servicio de la plutocracia del país. Para todos los demás, los “de abajo”, se deja un ancho mar de desigualdades y exclusiones de variado tipo.