Ortega apuesta para ganar tiempo político con el objetivo de que eche raíces el orteguismo y transformarlo en una organización durable. Si queremos dejar de equivocarnos tenemos que asimilar esto. Por lo tanto, la estrategia es no darle tiempo político evitando caer en sus propuestas de consensos, alianzas, pactos o elecciones. No podemos seguir pretendiendo que se puede borrar los fraudes, las heridas y los crímenes con el olvido.
La política no tiene nada que ver con la amistad o las sonrisas. La política es lucha entre intereses diferentes, de tiras y aflojas. Hay que tener presente la correlación de fuerzas, no hay que olvidar jamás que no hay democracia sin conflicto, los avances sociales son el resultado de la lucha social, no de los pactos que esconden los intereses de las elites. Ortega reprime sin miedo y demuestra tener algo muy importante en política: conciencia de sus intereses.
Hay que interpretar a Ortega
El optimismo de la voluntad nunca puede reemplazar el realismo del análisis. El orteguismo ha logrado mantener una escuálida base social fanatizada. Llama la atención el apoyo del 15% que recibe, a pesar de todo el nauseabundo rastro de destrucción y muerte de estos años (2018-2022). Las encuestas deben de leerse no solo de manera “aritmética”, sino a la luz de dinámicas políticas y sociales más profundas que el miedo y la intimidación de la violencia política, impuesta por el rostro represivo del orteguismo, lo cual ha tenido un efecto de limitar la visibilidad del rechazo más profundo a la dictadura. Necesitamos despojarnos de cualquier optimismo de que la dictadura, por su aislamiento internacional, está en una situación insostenible.
Su estrategia ha sido desgastar y controlar todas las instituciones para perpetuarse en el poder. Su permanencia se traduce en violencia que afecta a toda la sociedad. Ortega forma parte de la ola contemporánea de líderes autoritarios que llegaron al poder a través del voto y cree que solo él representa al pueblo. La dictadura produjo una brutal degradación de la vida cívica y sus exabruptos proyectan una imagen de sordidez política e intelectual.
Hay que interpretar a Ortega como lo que es, representa a lo sumo el 15% de la población, una parcela de la sociedad nicaragüense conservadora y patriarcal. El orteguismo está vivo en los sectores más histéricos, más delirantes y fanatizados. Sin embargo, tenemos que tomar conciencia también de otra cosa, que la base sólida orteguista es menor que ese 15%, ese es su talón de Aquiles.
Las encuestas nos indican que el 85% de los ciudadanos consultados declararon no simpatizar con la dictadura. Al confesar que no estás de acuerdo con el dictador, tipo grosero y violento, que se pasa la vida insultando y amenazando a medio mundo, es un acto de rebeldía social y de agotamiento de la dictadura por su incompetencia.
Es difícil imaginar un escenario en el que Ortega acepte una elección transparente, pierda y acepte pacíficamente su derrota o entregue el poder a la oposición. Sus acciones y declaraciones recientes de ninguna manera indican haber renunciado a su estrategia “el poder o la muerte”. Por lo tanto, todo indica que podemos esperar reacciones más violentas y tácticas descabelladas en la medida en que el proceso de implosión endógena avance.
Debilitando su base social, debilitamos al dictador.
La realidad es que el orteguismo ha ocupado el lugar de la derecha política tradicional conservadora, la que ha desaparecido víctima de sus propios errores y sus luchas internas de egos. Si queremos enfrentar al orteguismo tenemos que entender que es necesario una estrategia que tome en cuenta las demandas de la calle y escuchar más a la gente. Si queremos enfrentar con éxito al orteguismo tenemos que entender que el reflujo social no puede ser contrarrestado con el mismo liderazgo político que claudicó a partir del 2018 ni con demandas de elecciones controladas por la dictadura.
El razonamiento institucionalista, producto de una visión ONG de la política, que hasta ahora ha dominado a los grupos de oposición, según el cual basta sumar más apoyos formales de las múltiples plataformas de oposición puede ser desastroso. Las diferentes siglas firmantes en los comunicados no garantizan nada, ni el grado de organización alcanzado al interior del país de la oposición. Para derrotar al orteguismo será necesario que la gente esté presente en las calles para transformar la actual correlación de fuerzas para atraer, nuevamente, a la mayoría de los ciudadanos que se manifestaron en el 2018 y asegurar la confianza de aquellos funcionarios y de la base social orteguista que se siente incómoda y amenazada por las atrocidades de la dictadura que les permita considerar la posibilidad de abandonar a Ortega.
Para extenuar a Ortega la estrategia a seguir es ablandar su actual base social haciéndola consciente de la coyuntura. Base social que ya se encuentra fragilizada por los múltiples errores de la dictadura: persecución a la Iglesia católica y evangélica, altos niveles de desempleo, represión indiscriminada que afecta a su propia base, disminución del poder de compra de la mayoría de los hogares que implica inseguridad alimentaria, desnutrición y hambre, destierro y emigración forzada, anulación de los derechos humanos lo que significa que las mujeres y los ciudadanos sufrirán más violencia sexual y agresiones y, por último, el enriquecimiento inexplicable de los funcionarios corruptos que implica más pobreza para los sectores vulnerables y deslegitima su poder. Debemos de establecer una campaña de visualización de todos estos elementos para acelerar el proceso de implosión endógena.
Si queremos derrotar a Ortega y estimular el ascenso social de la mayoría de los ciudadanos debemos de establecer una estrategia para cambiar la actual correlación de fuerzas que nos permita la creación de un contrapoder, acordar un liderazgo con ideas nuevas y concertar la unidad de todas las expresiones de la oposición real a través de la táctica de sumar, sumar y sumar.
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