Desde abril de 2018 nada ha permanecido inmóvil: evolución, cambios y transformaciones. Algunos se dan en forma lenta, otras de manera rápida y vertiginosa, como en el caso de la rebelión de abril. La protesta y rebelión del 2018 reclamaba cambios en el orden político y social, afectó a la cadena autoritaria enmohecida. Fue una protesta brutalmente reprimida. Se luchaba por la vigencia del estado de derecho, el establecimiento de libertades civiles, de expresión y de asociación. Esta lucha fue respaldada por múltiples manifestaciones con un número de participantes impresionante, una de ellas, la del 30 de mayo, fue la más multitudinaria en la historia de Nicaragua.
Lo cierto es que no había suficientes condiciones subjetivas, para romper esa cadena. La conservación del “status quo” y la defensa a ultranza del bloque histórico de poder lo impidieron. Los cambios en el terreno político y democrático no se hicieron. A los tradicionales bastiones de dominación (capital: ejército, policía, medios de comunicación, Poder Judicial, etcétera), prácticamente todos han permanecido inamovibles durante los últimos años, sirviendo como fieles cancerberos al bloque de poder oligárquico y excluyente.
Ortega sigue la cultura política tradicional
Ortega no desafía las reglas de la cultura política tradicional del país, más bien las sigue al pie de la letra, como los anteriores dictadores. Mantiene, sobre todo, varias características presentes en su modo de gobernar: centralización del poder, control de los otros poderes del Estado, aferramiento al poder, despotismo, una profunda irracionalidad y una actitud mesiánica.
Ortega actúa como si tuviera siempre la verdad a su lado, se siente que es líder del pueblo que tiene que enfrentarse a los incrédulos. Sigue la retórica que señala que EEUU y Europa como la causa principal de lo que está sucediendo en el país. Sostiene que el objetivo de los imperialistas es debilitar y destruir su permanencia en el poder, al pueblo-presidente.
Sus discursos pueden considerarse baratos y repetitivos, pero tienen el objetivo de mantener la fidelidad de su base social fanatizada y sirven para moldear la actitud y visión de gran parte de los “orteguistas”, llegando a hacer creer que EEUU es el principal problema de todas las desgracias históricas del país.
Desde la cúpula política internacional se le ha tratado como un gobierno “normal”, con lo cual le permitido hacer su propio “juego”. La experiencia también demuestra que Ortega, por su parte, ha seguido las líneas generales de las políticas económicas de los organismos financieros internacionales. Al mismo tiempo, ha buscado, incesantemente, un padrino internacional que le permita sobrevivir.
En menos de 48 horas
Recientemente, en menos de 48 horas, Ortega ha arremetido fuertemente en contra de algunos poderes fácticos internacionales (EEUU, Holanda, Unión Europea, Chile, Vaticano, Naciones Unidas, organismos defensores de los derechos humanos) para defender la “soberanía e independencia de Nicaragua”, porque le exigen el cese de la represión y la liberación de los presos políticos.
Sus declaraciones obedecen tanto al problema de su aislamiento con a una mezcla explosiva de arrogancia -la de ambos- frente al incremento de la desconfianza de la población. Ha sido incapaz de entender que frente un aislamiento descomunal necesita ir acompañado de medidas que reduzcan las tensiones.
La visión dinástica del poder
Ortega, al igual que Murillo, no están dispuestos, sin embargo, a que la realidad enturbie su visión dinástica. Ambos defienden el poder dictatorial. El ala más dura del “orteguismo”, la misma que dirigió la represión del 2018, vive aferrada al ideal de la permanencia de la dictadura en el poder, cueste lo que cueste.
Piden tener el arrojo de llevar adelante el proyecto dinástico hasta las últimas consecuencias. Son los que ahora le exigen que se ate al mástil de la nave y no ceda a las presiones de la comunidad internacional o al miedo desatado entre las filas orteguistas. Ortega ha sido incapaz de avanzar un solo milímetro en reducir su aislamiento, por su fanática visión mesiánica del poder al encarnar en su persona el llamado “pueblo-presidente”.
Los discursos de Ortega
Sus discursos han tenido consecuencias estrepitosas. De inmediato, su aislamiento se incrementó, ha perdido mucha fuerza al interior del país por su persecución a la Iglesia. Nadie se traga el cuento de su fortaleza y, lo peor, es que la comunidad internacional ha puesto en duda la capacidad de la dictadura de manejar, de modo responsable, una “salida al suave” de la crisis sociopolítica.
Es evidente que mucha gente se ha replegado y emigrado ante la falta de expectativas, de liderazgo y de estrategia para construir un contrapoder, la población, por la falta de un centro político organizado, es más reactiva que activa. Hay que apostar por buscar una estrategia que interpele acciones de desobediencia civil que nos permita, poco a poco, recuperar la calle. Es necesario admitir que la caída de la dictadura no será indolora, sino que supone una revolución y, como toda revolución, implica riesgos y un grado de enfrentamiento.
Es necesario un relevo generacional
La población reclama un relevo generacional en los liderazgos, porque ni los operadores políticos del gran capital ni los dirigentes de los partidos tradicionales tienen el carisma suficiente que se requiere para estimular la creación y organización de un contrapoder en el momento actual. Para derrocar a la dictadura es necesario levantar al pueblo, porque es el pueblo quien lo empezó y quien lo acabará.
La rebelión de abril 2018 quebró la columna vertebral del viejo pacto del régimen Ortega-Murilo con el gran capital. Después, la sociedad nicaragüense ha entrado en una época de grandes cambios. Sus demandas plantean la tarea estratégica llevar adelante lo que no han hecho los poderes fácticos: fundar la república democrática.
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