“No puedo enseñar nada a nadie. Solo puedo hacerles pensar”. Sócrates.
Los ciudadanos autoconvocados nos enfrentamos a la máquina del Estado al servicio de la dictadura para implementar su estrategia: “el poder o la muerte”. El propósito del régimen Ortega-Murillo es uno solo: permanecer en el poder. Puede hacer concesiones para lograr ese propósito; pero concesiones que no pongan en riesgo su objetivo central. Por lo tanto, actúa como si fuese eterno, es la vocación del poder inmune. Con ese objetivo ha convertido al país en un territorio custodiado por las unidades militares, policiales y paramilitares favorables su permanencia en el poder, osificándolo y aislándolo internacional.
Todo está interconectado
El régimen Ortega-Murillo sabe que puede perder el poder en unas elecciones transparentes y quedar expuestos ante la justicia internacional, sin ninguna inmunidad que les proporciona el poder autoritario, por esa razón consideran que mantenerse en el poder es de vida o muerte. Lo que está en juego, pues, es su dominio hegemónico. En este contexto, su política excluye toda negociación y reconocimiento de errores. El eje de su estrategia es escalar los conflictos sin límites hasta imponer sus intereses.
Es un régimen que combina la política, la represión indiscriminada y selectiva, el sistema judicial (jueces y fiscalía), la persecución a los periodistas independientes y defensores de los derechos humanos y utiliza los medios de comunicación bajo su control para tratar de vender la idea que se está defendiendo de una conspiración extranjera que promueve un nuevo “golpe de estado”. Cuando se trata visualizar las perspectivas futuras, diferentes analistas oscilan entre los que creen que el régimen permanecerá hasta el 2026 y los que creemos que hay un proceso de implosión endógena.
La toxicidad del clima político
En la historia política nunca se había acumulado tanto poder económico, mediático y militar en tan pocas manos. La debilidad de la dictadura radica en que carece de visión de desarrollo estratégico y se enfoca solamente en gestionar la crisis multifacética (social, política, económica, cultural). El fracaso de la dictadura es la incapacidad de generar empleos e ingresos sostenibles para las mayorías empobrecidas puedan comer bien, tener educación y salud de calidad, lo que hace que un sector importante (jóvenes, mujeres, campesinos y trabajadores) al percibirse como excedente social y personas desechables, decidan emigrar. Al mismo tiempo, se vive una “fatiga de la represión” que se traduce en el deseo de buscar nuevos horizontes.
Antes del 2018, la base orteguista tenía un sentimiento de orgullo, poder, superioridad. Después de los crímenes cometidos por la policía, ejército y paramilitares, mayor desempleo, pobreza y deterioro del nivel de vida lo cual ha provocado un incremento, año tras año, de la “fatiga de la represión” de su propia base social que se expresa en un sentimiento de miedo, desesperación, desesperanza e incluso autodesprecio. Todos estos factores se han juntado para crear un efecto de culpa, de complicidad y cierta atmósfera contagiosa de abandonar el barco antes de su hundimiento. Estos componentes se han traducido en la merma de la base social orteguista, la implosión interna y la migración de muchos de ellos.
La eficacidad de las sanciones
No es que las sanciones no le importan a Ortega-Murillo; les importa y mucho, pero no lo suficiente como para entregar el poder o como para irse al exilio. Por supuesto que las presiones sobre el régimen pueden arrancar algunas concesiones, pero no están dispuesto a considerar siquiera la posibilidad de irse como resultado de amables conversaciones diplomáticas, aunque tenga como telón de fondo mayores sanciones a particulares. Las únicas sanciones que le puede hacer cambiar de idea serían sanciones económicas concretas ya que aceleraría negativamente el desarrollo de las cinco crisis (económica, social, política, sanitaria e internacional).
Ya no hay dudas que lo único que ha creado la política económica de la dictadura es una sociedad más desigual: los activos de “los de arriba” se multiplicaron mientras los pobres y vulnerables lo pasan cada vez peor. Por otro lado, en la clase dominante y la comunidad internacional ha habido cierta lentitud en entender que el régimen cambió de naturaleza política y se transformó en una dictadura dispuesta a caerle a garrotazos a sus adversarios, los aprisiona, tortura, persigue, exilia o mata, según las necesidades. Para la política de la dictadura, negociar una salida que implique la posibilidad de perder el poder es sinónimo de “debilidad”, por eso se aferra a la estrategia de: “el poder o la muerte”.
En la comunidad internacional priman los intereses políticos de los gobiernos simpatizantes con el régimen Ortega-Murillo, los intereses económicos de los gobiernos que comercian con Nicaragua que deciden cohabitar con la dictadura, tanto en centroamericanos como latinoamericanos o europeos. Esos intereses se manifiestan tantos en los comunicados como en la OEA y de la Unión Europea. La caída de la dictadura no se producirá por ninguna declaración o comunicado de los poderes fácticos externos.
Avalar la cohabitación es apoyar la dictadura
Es más, a lo largo de los años, Ortega ha construido su propia oposición zancuda o comparsa. No es solamente, como se suele decir, gente comprada –que también la hay–, sino que incluye a algunos dirigentes y poderes fácticos que estiman que el régimen llegó para quedarse y que no hay más remedio que convivir o cohabitar con él, aceptando el “orteguismo con o sin Ortega”. Al mismo tiempo, el régimen se ve amenazado por un creciente descontento social por el encarecimiento de la vida, que puede poner en jaque a la estabilidad política. También crecen las tensiones políticas entre las diferentes fracciones del orteguismo y las divisiones internas en el gran empresariado nacional.
Como sostiene los diferentes organismos internacionales el crecimiento del PIB no tiene perspectivas de tener un importante ciclo económico expansivo, tanto por el lastre de capital rentista como por la falta de impulso tecnológico, por la débil expansión de las inversiones tanto nacionales y extranjeras y por la inflación que corroe el poder de compra de la población lo que prolonga y agudiza la crisis sociopolítica. El gran capital apuesta al diálogo como solución a la crisis actual creyendo que con ese subterfugio le permite mejorar las condiciones para incrementar sus ganancias. Sin embargo, el pacto con el dictador no ha servido más que para empeorar las cosas como por el ejemplo, el acuerdo de marzo de 2019, pero reconocerlo implicaría enfrentarse a unas cuantas verdades.
Manipulación de la opinión pública para evitar un “cisne negro”
Detrás de la aceptación de la cohabitación subyace una manipulación de la opinión pública que inocula confusión e información falsa y fomenta la permanencia de Ortega-Murillo en el poder, buscando sustituir la capacidad reflexiva y el disenso por la aceptación pasiva de la dictadura. La cohabitación es una forma de ejercer control sobre lo que se piensa, anulando la percepción inmediata de los peligros que se corren con la estrategia de “el poder o muerte”.
Los poderes fácticos políticos y empresariales buscan cancelar el debate de los problemas sociopolíticos y clausuran como ideológicamente inaceptables a los caminos que llevan a rechazar la cohabitación, en el fondo es una estrategia vacía, por lo que los coloca en una situación de gran vulnerabilidad ante una posible emergencia sociopolítica.
No basta rechazar la cohabitación, los sectores progresistas tienen la necesidad de formular una estrategia que contrarreste la estrategia de los “elefantes políticos” que bloquean cualquier debate que implique poner en agenda el significado político de la estrategia de “el poder o la muerte” y que se proponga viabilidad de la estrategia de la “implosión interna” a través de las acciones de las “termitas sociopolíticas” que culmine en un “cisne negro”.
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