Así como el civismo hace escuela, lo propio puede ocurrir con la vulgaridad. El uso del lenguaje impertinente y soez como técnica de comunicación y, por ende, como estrategia para generar hechos políticos tangibles es grave.
A menudo se justifica la tosquedad, la grosería y los insultos bajo el manto de una supuesta conexión con el pueblo, con el ciudadano de a pie, con las clases populares y demás. Mentira, lo único que demuestra es vulgaridad, ramplonería y racismo.
Se nos dice que el “líder carismático” desafía los códigos establecidos, las costumbres burguesas. Así se desarrolla una cierta pretensión de legitimidad en la normalización de la chabacanería.