La historiadora Bárbara Tuchman advirtió que “el poder genera locura, … que el poder de mando impide a menudo pensar (correctamente), … que la capacidad de ejercer el poder se desvanece, conforme aumenta su ejercicio».
El cinismo ha sido siempre un componente visible de la política nacional tradicional. En la cultura política nacional podremos encontrar alguna excepción que sólo confirmará la regla. Pero, en el régimen Ortega-Murillo esta transparente doblez ha llegado probablemente al límite de su posibilidad. Las mentiras y las distorsiones de la realidad son parte de la narrativa oficial del régimen Ortega-Murillo
El cinismo, la mentira y la política
Podemos oír mentiras evidentes, asombrados por el grado de desfachatez con las que se dicen y el emisor se queda de una pieza y fresco como una lechuga. Ya sabemos que el régimen ha tenido y tiene una estrategia: el uso de la mentira como táctica política; al mismo tiempo que comprar voluntades en los sectores populares en condiciones paupérrimas y contarnos cuentos chinos con el asunto de los dineros y de mil otros temas.
El régimen utiliza el dinero del erario para comprar voluntades, cañonear a los políticos zancudos, enriquecer a la nueva clase y otorgar favores financieros/económicos a los poderes fácticos. El mundo de la política criolla tradicional es un mundo de engaños, de hipocresía calculada y cinismo sin límites. De falsa modestia y oculta prepotencia. Un verdadero teatro.
En política lo real es lo que no se ve. La política real se esconde detrás de las negociaciones debajo de la mesa, en el trasfondo de los acuerdos y pactos, en los intereses que mueven las alianzas -pasajeras o prolongadas-, en la falsa promesa, en la elaborada propuesta, hasta en la inocente invitación a compartir la mesa o sumarse a la tertulia de una fiesta, etcétera.
Cuando un sistema político es profundamente mentiroso e injusto como éste, no puedes engañar indefinidamente a la inmensa mayoría de la población y decir que todo va bien. Por algún lado se va a romper. En el actual sistema político hay tres ejes principales de ruptura que están en desarrollo y aunque no sabemos cuándo exactamente se va romper, estamos conscientes que se van a fracturar.
El primero es la combinación pobreza/desigualdad; el segundo es el eje del estancamiento económico/desempleo y otro, la mezcla de la mentira política/represión generalizada. En Nicaragua nunca se ha vivido la simultaneidad de esas tres bestialidades como ahora, tan feroces. Es precisamente esa coincidencia en el tiempo es lo que acelera el proceso de implosión endógena que vive de la dictadura.
Crímenes e impunidad
No cabe la menor duda de que el régimen Ortega-Murillo, en todas sus instancias, desde la cúspide del poder hasta los operadores más elementales, encubrieron, mintieron, torturaron, realizaron falsas diligencias y trataron de ocultar con impunidad una trama (la represión 2018) que se logró exhibir con toda su crudeza y realidad gracias a los informes de la CIDH, MESENI y GIEI.
El encubrimiento ha sido el sello del tratamiento oficial de los acontecimientos. Sin embargo, esta claramente establecido las responsabilidades de prominentes funcionarios públicos en el cúmulo de crímenes e irregularidades perpetradas con el fin de denegar la justicia a las víctimas y sus familiares.
La sociedad entera debe estremecerse y escandalizarse ante la perspectiva de que continúe impune una serie de violaciones tan graves y evidentes de los derechos humanos. La justicia y la reparación integral del daño son deudas ineludibles, en primer lugar, con las víctimas y sus seres queridos, pero también con Nicaragua como un todo, pues un país no puede permitirse vivir con esta afrenta a cuestas.
Nicaragua continúa viviendo una pesadilla de represión política y violencia estatal. Hay que estar claro que las decisiones políticas del régimen Ortega-Murillo no se basan en principios o valores, sino se fundan en cómo conservar el poder. Piensa que, si tiene el apoyo de la mayoría de los poderes fácticos y el control de todas las instituciones estatales, puede hacer lo que ellos quieran.
Poder y soberbia.
En la antigüedad Calicles elaboró una teoría en el sentido que el poder pertenecía a los más fuertes. Que, traducido al tiempo presente, la respuesta sería que la clase dominante piensa que el poder es patrimonio de los ricos y de los más fuertes sobre los pobres y los más débiles, es decir, sobre los ciudadanos “de a pie”. En esto se basa la actual arrogancia con que el poder dictatorial que maltrata a los miembros de los movimientos sociales que, en su gran mayoría son ciudadanos “de a pie” reclamando sus derechos.
Al mismo tiempo, existe relación entre el poder y la soberbia. La enfermedad de la soberbia en las personas poderosas afecta la toma de decisiones, lo que pueden tener consecuencias muy graves para los ciudadanos “de a pie”. La soberbia del poder se desarrolla en el síndrome de hybris (desmesura), que se traduce en la embriaguez del poder. La soberbia del poder dictatorial hace mucho daño a los “de abajo”. Esa embriaguez del poder conduce fomentar el desarrollo de la implosión endógena.
¿Qué hace el régimen para tratar de contrarrestar el proceso de implosión endógena?
(a) Robustecer de las fuerzas gubernamentales, dando trabajo a los incondicionales;
(b) Control total de los medios de comunicación, para neutralizar personajes molestos o denuncias incómodas;
(c) Intensificación del espionaje selectivo y compra de políticos corruptos;
(d) Promoción de “socios civiles” que favorezcan el proyecto de la dictadura de permanecer indefinidamente en el poder, lo que se realiza bajo el disfraz del “empoderamiento” del empresariado y sectores afines (sectores de la iglesia católica y protestante, periodistas, partidos comparsas APRE, PLC, PLI, ALN, ACN), canalizando miles de dólares para financiar a esos grupos para que se opongan a la sociedad civil y a los partidos opositores verdaderos;
(e) Neutralización y/o represión del movimiento social para evitar huelgas y protestas y, finalmente,
(f) Reclutamiento de fuerzas de combate en los sectores marginales y juveniles (los ni, ni), es decir, sectores sociales que ejecutan las acciones que el gobierno no quiere asumir abierta y públicamente: los paramilitares.