El gremio del COSEP no representa a más del 5% de todo el empresariado nicaragüense, donde más del 80% de las empresas son informales. Las ventajas de este grupo son formidables bajo la dictadura Ortega-Murillo, solo las exoneraciones fiscales que reciben representan entre el 8% y el 10% del PIB (el PIB en el 2021 alcanzó el monto de US$ 14,013.7 millones de dólares). Los favores del régimen al sector del gran capital han permitido el enriquecimiento extraordinario de muchos, el surgimiento de un grupo de súper millonarios desde el 2007 a la fecha y el empobrecimiento de la clase media y los sectores populares.
En Nicaragua hay otro sector económico que por agitados que sean los vaivenes de la economía y los sobresaltos de la política siempre termina ganando (y cuando no lo hace, el gobierno lo apoya). Se trata, claro está, del sector bancario. De acuerdo al Banco Central de Nicaragua, en su “Informe del Sistema Bancario y Financieras julio 2022”, nos revela que el patrimonio del Sistema Financiero Nacional (SFN) experimentó –entre enero y julio del año 2022– un crecimiento interanual del 10.3%, lo que resulta llamativo pero no sorprendente.
El patrimonio del SFN tuvo un crecimiento desde C$ 26,669.8 millones de córdobas en junio de 2017 a C$ 47,719.1 millones de córdobas en junio de 2022, equivalente a un incremento del 55.88%. De acuerdo a las cifras oficiales del Banco Central de Nicaragua, el PIB creció desde un monto de US$ 13,786.0 millones de dólares en el 2017 a US$ 14,013.7 millones de dólares. Mientras que el crecimiento del PIB, entre 2017 al 2021 fue de 10.16%, el patrimonio de los bancos creció 5.5 veces más que el aumento de la economía del país lo que nos indica la concentración de la riqueza a favor del sector financiero.
Si es verdad que los bancos, como aseguran los banqueros nicaragüenses, desempeñan un papel preponderante en el desarrollo del sistema económico y su suerte se encuentra estrechamente ligada al mismo, es difícil entender por qué los bancos crecen tanto y la economía de los hogares de la clase media se mejora tan poco y/o se deteriora; algo similar pasa en los hogares de los asalariados.
Aunque el reparto de las ganancias sea disparejo entre los bancos (ya que existen jerarquías económicas dadas por el tamaño y respectivos volúmenes de operación), difícilmente se puede encontrar un banco que no reciba, a la hora de hacer las cuentas, jugosos beneficios. Las fuentes principales de los ingresos financieros son los recursos generados por la cartera de crédito, por el margen de intermediación, el cobro de las comisiones bancarias y las tasas de interés en las tarjetas de créditos, allí reside el éxito operativo de los bancos.
Las tarjetas de crédito son una vigorosa fuente de ingresos para los bancos, porque los intereses que cobran son superiores al 50 por ciento. El argumento que utilizan los banqueros para explicar el hecho no deja de ser paradójico: dicen que lo que encarece los plásticos es el constante engrosamiento de las carteras vencidas, omitiendo que esas carteras se vencen precisamente porque los tarjetahabientes no pueden pagar las elevadas comisiones e intereses.
Lo cierto es que pese a las utilidades que recibe y la incidencia que tiene en la economía nacional, la banca en Nicaragua no aporta al desarrollo tanto como dicen sus dueños, porque no ofrece productos y servicios financieros accesibles para quienes más los necesitan, y porque los costos que tienen son desproporcionados.
La estrategia política que desarrolla el sector bancario y el gran empresario está determinada por el dinero y no por la lucha por la democracia ni por la defensa de los derechos humanos. Por lo tanto, las ganancias, las exoneraciones y los beneficios son los factores que determinan su relación con la dictadura Ortega-Murillo.
Las políticas económicas implementadas por el régimen ampliaron la vida jodida de las inmensas mayorías y profundizaron la desigualdad, volviendo mucho más ricos a los ricos y más pobre a los pobres, dado que la economía avanzó a paso de tortuga con un crecimiento promedio del PIB del 2.03% anual entre 2017 y 2021; mientras que el patrimonio de los bancos aumentó en 11.17% por año.