El catastrofismo no tiene sentido
No hay que rendirse al catastrofismo. No hay que abandonarse al catastrofismo. Aunque, de entrada, ninguna señal permita creer que estemos cerca del final de la guerra de la dictadura contra el pueblo, en los últimos meses algunas noticias positivas aportan esperanza: Ortega, en su afán de aniquilar todo vestigio de autonomía de la sociedad civil, sigue cometiendo errores.
Por el momento, el “orteguismo”, basado en la actual correlación de fuerzas, puede rechazar, como lo ha hecho, una negociación con Estados Unidos. De esta manera se mantiene dentro de su estrategia de “el poder o la muerte” y gana tiempo para intentar recomponer sus bases de sustentación. Ortega sabe que estas no son monolíticas; que son mercantilistas, que se han debilitado a causa del empobrecimiento de su base social, y que están sujetas al peligro de que se desarrolle un proceso de implosión interna a medida que el país se adentra en una situación muy oscura de potencial inestabilidad sociopolítica prolongada e ineficacia gubernamental.
Nada que negociar entre Ortega y la oposición
No hay diálogo en frío. Las partes dialogan cuando ambas partes cuentan, cada una, con la capacidad de cambiar la correlación de fuerzas a su favor. La oposición a la dictadura no tiene la pujanza para cambiar la actual correlación de fuerzas para obligarlo a negociar una salida. La dispersión del movimiento social nacido en el 2018 prevalece regada en el exilio y en el interior del país no tiene ni la fuerza sociopolítica ni existe una estrategia para debilitarlo y obligarlo a negociar, a pesar de que el terreno político internacional no podía presentarse más idóneo a la propagación de las llamas, lleno de leña menuda reseca y arbustos.
Para Ortega, por su parte, negociar en las condiciones actuales, sin presión política interna, es hacerse el harakiri político. Podría negociar con EE.UU. pero solo si le garanticen mantenerse en el poder. El significado de todo su discurso es “aquí mando yo”. La lógica del autócrata es: “o yo, o el diluvio”. Para Ortega solo hay un programa, solo un interés social legítimo, y corresponde totalmente a la permanencia del dictador en el poder. La “soberanía nacional” radica en responder a esta voluntad. Por eso son vacías las “movilizaciones espontáneas orteguistas” en algunas ciudades de los departamentos del 19 julio, con las que se quería identificar a “la mayoría de los nicaragüenses”, para “legitimar” su permanencia en el poder. Y es palabrería hueca el resto, sobre la “agenda social” o el “salario mínimo”, sobre la historia del país o sobre la lucha de Sandino. Son gestos fallidos para tratar de que la gente diga que “se presta atención” a ciertos temas, pero sin ningún compromiso formal, y mucho menos concretizaciones.
Una oposición fallida, pensando sin sentido en “elecciones municipales”
La oposición, sin embargo, no aprovecha las debilidades del orteguismo. Las diferentes expresiones de la oposición se encuentran en medio de turbulencias, defecciones, negociaciones condicionadas más por una falta de estrategia que por los contenidos y el interés ciudadano de derrotar a la dictadura; es decir, las fuerzas opositoras profundizan su extravío. La oposición está actuando como en la fábula de Esopo, donde el escorpión pica a la rana que le ayuda a cruzar el río, condenándose a ahogarse. Por eso el camino en adelante está repleto de incógnitas.
No ven más allá de sus propios intereses particulares, que peligrosamente proyectan en las próximas elecciones municipales. No son capaces de entender y tomar en cuentas las amenazas “extrainstitucionales” que Ortega viene sembrando en sus discursos.
Puede decirse que precisamente la deliberada trituración de todas las fuerzas políticas de oposición, con el fin de crear una “nueva clase política” sometida, ha terminado por producir la imposibilidad de encontrar motivo alguno para participar en el simulacro de elecciones municipales de noviembre de 2022.
Los motivos de Ortega-Murillo
Ortega sabe que al interior de las distintas expresiones del liderazgo opositor predomina el interés partidista y el egoísmo político, por encima de la responsabilidad nacional de derrocar al dictador. Los grupos políticos trabajan de manera aislada, aunque proclamen que luchan por la unidad. Está en su naturaleza y la cultura política tradicional.
Precisamente, el principal temor de Ortega-Murillo es que las diferentes expresiones del movimiento sociopolítico sean capaces de unirse y elaborar una estrategia para derrocar a la dictadura. Así, al mantener y elevar los niveles de represión tiene el objetivo de impedir una coordinación política de la oposición al interior del país, utilizando una represión híbrida: policial, judicial y eliminando todos los espacios de la sociedad civil (las oenegés) para evitar la reactivación de las protestas.
Por tanto, lo estamos viendo y viviendo no es que a la dictadura les salga el tiro por la culata y se disparen en el pie creando un mayor aislamiento internacional. Lo que está haciendo es fiscalizar aún más el control de la sociedad sabiendo que EE.UU. y la Unión Europea están enfocados en la guerra de Ucrania y el tema de Nicaragua pasó a ser no prioritario, lo que le permite a Ortega tener espacio para incrementar la represión sin grandes consecuencias, asegurar su base social fanatizada y neutralizar cualquier veleidad de protesta.
La sucesión dinástica
En última instancia, la estrategia orteguista busca crear las bases de sustentación para asegurar/facilitar la sucesión dinástica. Hay que tener en cuenta de que esta gente lee los periódicos internacionales lo suficiente para saber lo que está sucediendo a nivel global. No hay que asumir que son tontos. Son malvados, pero no son tontos. Sin embargo, la clase dominante nacional -que incluye el empresariado y la clase política- está absolutamente por debajo del nivel de los problemas a enfrentar.
¿Qué hacer?
La lucha política consiste en tener una estrategia que permita capitalizar el descontento social y reunir las fuerzas sociopolíticas para aprovechar el proceso de implosión interna de la dictadura. Pero, sin estrategia, existe el riesgo de que la implosión interna tenga como resultado caer en lo mismo (en una nueva dictadura) por medio de un golpe militar, o la anarquía. Sobrevuela todo este panorama la brutal realidad —no ya amenaza— de la represión indiscriminada. Las olas represivas se suceden con una intensidad, una frecuencia y un alcance pavorosos, que tiene trabada cualquier salida a la crisis estructural que vive la dictadura.
El reto es elaborar una estrategia básicamente en tres áreas prioritarias: (1) El área económica, cuya importancia actual es preponderante, por el peligro de una recesión internacional y sus repercusiones sociopolíticas; (2) La alianza de Ortega con el complejo militar, policial y paramilitar que es una base de sustentación fundamental de la dictadura, y que hay que buscar cómo debilitar; (3) La tercera área es la de las finanzas, la banca y los organismos financieros internacionales.
La posible recesión internacional, con sus repercusiones en la economía nicaragüense, es el talón de Aquiles de la dictadura, por sus repercusiones sociopolíticas en la sociedad, incluyendo en su escuálida base social. Los Ortega-Murillo no saben lo que va a pasar. Piensan que tienen el suficiente poder para, mediante el soborno, la fuerza, la represión, el asesinato (si es necesario) salirse con la suya. No estoy seguro de que vayan a encontrar una respuesta pasiva de la población. La crisis es política. No se solucionará con otra moneda.
La recesión internacional con sus repercusiones en los precios del petróleo y los alimentos va a tener un efecto dominó que empeorará algunas dificultades ya presentes en la sociedad (pobreza, desempleo, desigualdad, etcétera). Frente a ese posible escenario urge elaborar una estrategia para derrocar a la dictadura. Sin presión interna que debilite a la dictadura, no hay posibilidad de ganar.
Las grietas entre la oligarquía y el clan FSLN
Vemos el choque que tiene lugar ante nuestros ojos como un conflicto larvado dentro de la clase dominante, entre un gran capital que se mueve sin tener en cuenta las fronteras nacionales y las nuevas figuras empresariales más “locales” nacidas al amparo de la dictadura; se da uno cuenta de la complejidad de intereses disfrazados por parte del primero, y que ha existido durante años, un designio de largo alcance, nada secreto ni “inconfesado” por parte de los miembros de la clase ligados a la suerte de la dictadura.
En las actuales dinámicas políticas, se detectan algunas grietas insidiosas. Está por ver cómo funcionarán. En términos políticos, afloran turbulencias y se notan costuras inquietantes. En estas condiciones es probable que la solución sea que alcance el poder una junta militar con el apoyo o en coalición con los otros poderes fácticos. Aceptar o perseguir la salida de Ortega, desde el punto de vista de las distintas fracciones de la oposición, podría tener sentido en presencia de una «hoja política» organizada, lista para reemplazarlo con otro proyecto, otros programas, otros líderes.
En resumen: no hay razón para sucumbir al pesimismo, al cansancio, a la tensión, a la histeria o a las rutinas de la tradición que pesan demasiado en la política habitual. Si se apagara la música para que Ortega-Murillo no puedan seguir bailando, veremos cómo ponemos otro ritmo para continuar el baile.