Una cosa es domesticar y otra muy distinta dominar. Domesticar implica conocer, explorar, preguntar, investigar y dialogar con lo que se quiere domesticar/ablandar. Todo lo anterior conlleva cierta delicadeza y tacto. Por el contrario, quien domina impone, aplasta, supedita, suprime, somete y avasalla. El capital local es fácil de domesticar y dominar.
Entre el 2007-2017, en las relaciones de la dictadura con sus aliados, el gran capital y los empresarios orteguistas, prevaleció el impulso domesticador/ablandamiento. Luego del 2018 la estrategia de la domesticación, comenzó a ser sustituida con un afán de dominar/someter, lo que se hizo evidente y la dominación del régimen sobre el capital se fue volviendo normal. Hoy hemos llegado al pináculo del dominio de la dictadura sobre el gran capital y los empresarios orteguistas.
Hoy las elites empresariales, enfermas de amnesia, sufren las consecuencias de su sometimiento. La dictadura ha terminado por imponer su cosmovisión: dominio sobre la sociedad por medio de la represión. No hay detergente suficiente para limpiar la imagen represiva del régimen que viola cotidianamente los derechos humanos. Vivimos una época de barbarie.
Al interior de la nomenclatura en el poder (política y empresarial) se toman decisiones que antes avergonzaban a sus miembros, hoy se exhiben como una victoria, como una expresión de su hegemonía política. Ideas que hasta no hace tanto tiempo las escondían por retrógradas hoy se muestran con orgullo. La deshonra es tan grande que, además, mancha a quien se arrima a ella para tratar de blanquearla. Los miembros de la nueva oligarquía aumentan sus riquezas mientras la desigualdad social se profundiza, la desnutrición aumenta, esto se debe al enriquecimiento inexplicable, la corrupción, la impunidad y al manejo no transparente del aumento de la deuda pública.
Mientras tanto, el gran capital practica el arte de sobrellevar, de componer por encima de todo, de remozar para que todo siga igual. Está a favor de cambiarlo todo para que todo siga igual. No porque quiera que haga todo de manera distinta, sino más bien sea la continuidad, la prolongación del orteguismo, ya sea con Ortega o sin Ortega en el poder.
El pecado capital de Ortega, su falla principal, es el afán patológico de dominar, su obsesión por el poder. Ortega está convencido de que la razón superior está personificada y encarnada por él, que tiene por tanto el derecho monopólico e inalienable de dirigir, ordenar, regular y dominar cualquier cosa: desde lo económico, lo político, lo cultural hasta lo militar. Se niega a tolerar que algo distinto, diferente que pueda estar a su altura y menos aún por encima de él.
Ortega tiene una agenda centrada en su propia permanencia en el poder, apoyada en los millonarios y en su menguada base social fanatizada. No hay razón para esperar que actúe de manera diferente. Por lo tanto, será imposible realizar cambios consistentes y todas las grandes promesas de “nuevos comienzos” y de “elecciones transparentes” se incumplirán, porque Ortega no está dispuesto a cumplirlas. El hilo conductor de su política es: el estado puede hacer reformas, pero solo mientras se garantice su permanencia en el poder con ellas.
La dictadura está enferma de corrupción y de rapiña, como atestiguan cada vez más los numerosos acontecimientos, el crecimiento desmedido de las fortunas de la nueva y la vieja oligarquía, la desigualdad social y la destrucción ecológica. La soberbia es el rasgo que “orienta” a los miembros de la nomenclatura y del gran capital. La alianza de la dictadura y la elite empresarial es un peligro para la sociedad.
Hoy podemos identificar a escala individual lo que miembros de los círculos del poder de la dictadura y los miembros de las elites empresariales adoptan, por igual, comportamientos similares. Reivindican la codicia, el individualismo, la ambición y deseo insaciable de dinero y poder. Ello está presente por igual entre quienes ejercen el poder dictatorial como de quienes encabezan empresas y corporaciones. Por ello, ha sido tan fácil la complicidad y el contubernio entre la nomenclatura y la vieja oligarquía.