Hay un sector conservador en el núcleo de poder sectario-familiar que se está quedando solo, manteniéndose solamente por las armas del poder militar, policial y paramilitar a su favor. Este es su punto fuerte y es a la vez, su punto débil. En esa lucha por mantener el “statu quo”, ese núcleo sectario-familiar, también se sirve de las fuerzas políticas aliadas (partidos y políticos zancudos viejos y nuevos), del empresariado nacional y extranjero y sus gremios, del aparato estatal y de una base social menguada.
Externamente, el régimen se mira sometido, hasta fecha, a una presión mezclada, amenazas híbridas y señales episódicas, más mediáticas que efectiva de parte de los EEUU, la Unión Europea, Canadá, Gran Bretaña, de la OEA y de cierta forma, la ONU en su débil brazo de derechos humanos. El Vaticano sólo ve desfilar los cadáveres de sus amigos y enemigos en Nicaragua.
Y por el lado popular, el régimen es rechazado por una gran mayoría, que ahora estimamos en el 80% de la población, desorganizada, sin programa político, sin estrategia ni táctica, pero buscando instintivamente cómo lograr un bloque enfocado en el desplazamiento/derrocamiento del régimen, no encausado a dialogar o negociar prebendas con la dictadura, que es la tendencia del bloque reaccionario y contrario al cambio de régimen.
Es probable que la tiranía acuerde, entre diciembre 2021 y enero 2022, con el gastado recurso de la “amnistía” y/o “diálogo”, cambiar de prisión a sus casas a una parte de los encarcelados en el juego de ganar tiempo para mantenerse en el poder o proponer un “diálogo nacional” con los poderes fácticos. Todo lo mide, lo cuenta y lo interpreta cada movimiento entendido como un paso calculado hacia la “normalización”.
Desde el 2018 el pensamiento de la cúpula del gran capital se ha deslizado hacia el “todo vale”, en una suerte de negociación basada en no vetar las propuestas del régimen para conservar los beneficios económicos. Primero el régimen amenaza, luego encarcela, para terminar pactando con la dictadura. Es la vieja política corrupta que continúa, que permite el enriquecimiento inexplicable de muchos.
La idea del gran capital y de los poderes fácticos se desliza por una incómoda pendiente que oscila entre el aceptar el declive ineludible de la dictadura o su aval titubeante. En el corto plazo, no hay posibilidad de que gane el sector pensante y moderno del empresariado para darle vuelta a la tortilla.
El cambio de la correlación de fuerzas al interior del COSEP, facilitado por el encarcelamiento de Healy y Vargas, nos muestra que el “diálogo” o “concertación” del empresariado con el régimen se producirá; ocultando que si se ha llegado al punto de aceptarlo es porque se ha entrado a fondo en la lógica del “orteguismo con Ortega”. Al mismo tiempo, el orteguismo piensa seguir imperturbable en su rumbo de represión, violencia y caos, aunque vaya acompañada de algunas medidas paliativas.
Políticamente, con el golpe de mano al interior de la cámara empresarial, el COSEP se encuentra bajo el control de Ortega, no obstante el gran capital sigue beneficiándose de considerables ventajas económicas. Ningún otro estrato social tiene una posición económica y social tan ventajosa, aparte, por supuesto, de la “nueva oligarquía” que controla el poder político-estatal. La idea de Ortega es que la vieja clase dominante (burguesía tradicional urbana y oligarquía aristocrática) se desintegre o se subordine totalmente a la nueva oligarquía orteguista.
Sin embargo, Ortega cometió el pecado del triunfalismo, creyendo que su reinado sin oposición estaba asegurado en lo sucesivo, perdiendo el sentido del tiempo político. No consideró, al parecer, que el orden dictatorial que impuso podría ser utilizado por los poderes fácticos internacionales para aislarlo y debilitarlo más.
¿La ley Renacer y la resolución de la OEA qué impacto tendrán sobre la economía? ¿Ese impacto será manejable para el régimen? ¿Qué impacto tendrán sobre la sobrevivencia política de la dictadura? Ortega buscará cómo ganar tiempo y espacio político, no para terminar el estado represivo policial, eso no es negociable para él, porque si él negocia eso, se acaba todo para él. Por eso se va a mantener en la estrategia de: “el poder o la muerte”.
El poder político dominante ha tenido la estrategia de combinar el capital privado tradicional, capital militar, capital de la nueva clase y capital estatal. El vínculo entre ellos a menudo se establece a través de lazos familiares (bodas, bautizos, y hasta los sepelios) o bajo el paraguas de los beneficios que facilita el poder dictatorial, pero las contradicciones al interior del capitalismo de compadrazgo parecen hacerse cada vez más profundas.
Sin embargo, el personal político de la dictadura se está volviendo cada día más irracional en relación con los intereses colectivos de la sociedad nicaragüense; de ahí la urgente necesidad de crear y fortalecer una vital autoorganización de la ciudadanía, la adopción de un programa de acción, antes que de nuevo, se nos vuelva a hacer tarde. Se necesita una brújula estratégica, un programa, para evitar la permanencia de la dictadura.
Las tendencias negativas del poder dictatorial probablemente se agregarían de manera rápida a partir del 2022 y pudieran alcanzar su masa crítica no más allá del 2023. Los cinco escenarios del fin del ciclo político orteguista no necesariamente serán un aterrizaje suave, ya que su defunción puede ser más rápida de lo que cualquiera imagina y cuyo primer factor los representan las presiones económicas.
Mientras más se profundizan las contradicciones de las cinco crisis (económica, social, política, sanitaria e internacional) más se favorece el surgimiento de factores imponderables y mayores probabilidades que resulte en una crisis orgánica social que cambia drásticamente el orden existente.
Actualmente Nicaragua atraviesa una fase de un régimen neoliberal reaccionario, sostenido por la tremenda capacidad de ejercer una colosal violencia policial y paramilitar; la idea equivocada de la izquierda tradicional estalinista que Ortega es un gobierno antiimperialista se desvanece, lo mismo la creencia que existe un enfrentamiento entre el bien (Ortega) y el mal (el 80% de la población autoconvocada); por lo tanto, el apoyo al tótem poderoso que lleva a una visión política maniquea y un culto al dictador poderoso se disipa.
Entre las 15 contradicciones estructurales que llevan al régimen a su declive están: desempleo, bajos salarios, aumento de costos de la canasta básica, pobreza, crecientes tensiones entre EEUU-Nicaragua, relación conflictiva con la Iglesia católica, tensiones socioculturales con las minorías de la Costa Caribe, progresiva brecha entre el sueño de los jóvenes basado en la creencia de que cualquiera puede prosperar en el país gracias al arduo trabajo frente a la realidad de la vida bajo la dictadura, desigualdades sociales, corrupción, impunidad, indigencia, migración, todo lo anterior enmarcado con la creciente insostenibilidad económica de cara al desarrollo del futuro del país.
La dictadura, producto de la incapacidad estructural para resolver tales contradicciones, la llevará al desgajamiento de su poder político a escala doméstica y regional. Las incoherentes políticas represivas son evidencia del mayor declive estructural de su poder.
El debilitamiento de la dictadura producto de la crisis orgánica y de la sincronización de las contradicciones mutuamente reforzadas nos abren una real oportunidad para una revitalización del movimiento sociopolítico, basado en el potencial que se expresó el 7 de noviembre y su capacidad de propinarle una derrota política a la dictadura.
Cualquier demócrata basa su forma de hacer política en escuchar, entender y convencer al otro. Necesitamos hacer política la vida cotidiana, de la gente y de sus problemas. Hacer la política de la gente corriente para la gente corriente. La gente no quiere que pensemos igual, quiere que sepamos gestionar las diferencia pero que nos entendamos, que caminemos unidos desde la diversidad. El reto es caminar juntos con el 80% para derrotar a la dictadura, juntos somos mejores y somos más.
La sincronización de las contradicciones tiene un efecto que se traduce en que sean mutuamente reforzadas, lo cual nos permite asegurar que el debilitamiento del régimen conduce a un incremento del proceso de implosión de la dictadura, proceso de implosión que es necesario alimentarlo cotidianamente, fracturando los pilares que sostienen a la dictadura. La pregunta no es si Ortega perderá su indiscutible poder, sino qué tan precipitado y desgarrador será su declive.